miércoles, 15 de julio de 2015

LO EMOCIONAL EN LA FORMACIÓN DEL PROFESORADO



Lucía Montero Basquero
lumonterob@gmail.com

RESUMEN:
En este trabajo se  reflexiona sobre la pertinencia de un planteamiento conjunto de la educación emocional en el ámbito de la formación del profesorado, dirigida ésta al desarrollo  socioemocional de los docentes y del alumnado.  Se destaca la importancia de impulsar programas de educación emocional para ambos colectivos, así como de introducir cambios metodológicos que la hagan posible. Y unido a esto la necesidad y  conveniencia de contar con espacios y tiempos donde compartir y supervisar nuestra labor docente tomando conciencia de que la educación emocional conlleva un trabajo personal/actitudinal imprescindible por parte de todos. Desde el planteamiento gestáltico que enmarca este trabajo varios son los elementos que contribuyen a dicha educación emocional: la escucha, la mía y la del otro, el “aquí y ahora” de nuestro presente, la ampliación de la mirada y la responsabilidad de apropiarnos de lo que es nuestro en la interacción con nuestros alumnos y alumnas y el resto del profesorado.

PALABRAS CLAVE:
Formación del profesorado, educación y competencia emocional, programas y actitudes. Enfoque gestáltico.








DESARROLLO
En la formación del profesorado deberíamos plantearnos  la educación emocional de los docentes y discentes desde una perspectiva más cercana la una de la otra, de lo que habitualmente se nos presenta.  Con independencia de que determinados contenidos deban trabajarse por separado atendiendo, a según qué criterios,  creo que ambas deben entenderse y contemplarse juntas. Como en un continuo real que lleve a preguntarnos, a preguntarme, cómo puedo  “escuchar”, “acompañar”, “cuidar” y  “contactar emocionalmente” con mis alumnos y alumnas  si no lo hago  primero conmigo misma.  Desde la realidad de los centros  de infantil y primaria donde he trabajado como maestra, a la del asesoramiento del profesorado en la que estoy en la actualidad, soy consciente de la importancia y la necesidad de desarrollar una educación emocional para todos: escolares y docentes; coincidiendo en este sentido y en determinados aspectos con autores que tratan esta cuestión y que se citan en el texto.

Tal es el caso de Juan Vaello al señalar que la educación emocional contempla tanto la formación del alumnado en competencias socioemocionales como la autoformación del profesorado en las mismas, “no se puede enseñar lo que no se tiene”; siendo, para él, tan importante que se cuide la dimensión cognitiva como la socioemocional  y así señala que “no podemos perder de vista que las dos están interactuando continuamente…”  (Vaello, 2009)

Al hilo de este tema me surgen diversos interrogantes y, en torno a los cuales, me planteo:
 ¿Qué buscamos cuando nos formamos en educación emocional, únicamente actividades y/o “recetas” para trabajar con nuestros estudiantes esto que nos preocupa o interesa, o algo más que nos comprometa en relación a nosotros y a ellos?
Y una vez motivados en este ámbito a través de actividades o cursos formativos, qué hago yo en mi aula? ¿Y en mi centro?
 ¿Cómo me coloco emocionalmente cuando interacciono con mis compañeros y compañeras?  ¿Y cómo, cuándo lo hago con mi alumnado?
 ¿Puedo enseñar a un niño o joven a que se percate de su emoción –y la de sus compañeros desarrollando así su empatía–,  que la tenga en cuenta, que le dé espacio y  aprenda a sostenerla,  si no aprendo a hacerlo primeramente con la mía?
 ¿Puedo enseñar a un alumno/a acompañarse con lo que esté (enfado, rabia, fragilidad, vergüenza…) y, en alguna medida, acompañar al otro/a desde lo que  siente,  sin aprender a acompañarme a mí misma primero?
¿Cuál es la razón o razones que nos impiden hacer un cambio real y efectivo hacia una educación inclusiva en la que todos y todas nos sintamos incluidos? Y cuando hablamos de educación inclusiva, ¿me incluyo yo como persona – y no sólo como docente-  dentro del aula donde convivo con mi alumnado? ¿Y cómo me incluyo?
¿Me percato de mis límites, mis ilusiones, mis necesidades, mis expectativas, mis frustraciones, mis miedos, mi entusiasmo, mis recursos personales en el contexto del aula y les doy un lugar en ella? ¿Me percato de las de mis alumnos y les doy un lugar también?  ¿Me planteo hasta qué punto todo esto influye en mi alumnado?
¿Buscamos un aula perfecta donde tenerlo todo bajo control y en la que aquello que no está dentro de unos parámetros determinados lo excluimos porque nos descuadra o desestabiliza?

No es tarea fácil encontrar las respuestas, pero quizás sí, hacernos reflexionar sobre nuestra propia realidad y dar un paso más para mejorarla. Es evidente que supone una gran dificultad hacerlo, en un contexto educativo presionado por continuos cambios y exigencias sociales, familiares e institucionales; y en el que, inevitablemente, los docentes estamos inmersos. A pesar de ello, o quizás justamente por ello, parafraseando estas palabras de José Luis Sampedro, no podemos ni debemos dejar de ser utópicos, hay que creer en la utopía en la medida que ésta sea el objetivo que nos haga caminar hacia ella.  Es desde aquí, a pesar de la dificultad señalada, que no puedo ni debo colocarme únicamente en la queja de lo que considero que no está bien o que es preciso mejorar.  Por el contrario, es desde mi pequeña parcela, desde la que soy aquí y ahora, sin descontar mi historia, asumiendo lo mío, escuchándome para poder escuchar a demás también, donde puedo realizar  pequeños cambios;  y junto con otros, dirigirnos  hacia cambios más amplios y significativos.
Desde este planteamiento personal  cuyo marco de referencia es la Terapia Gestalt – dentro de la psicología humanista - considero que el camino hacia una Educación Inclusiva, debe incorporar en cualquier caso, una educación emocional tal como se formula al comienzo de este texto. Y que además conlleve  necesariamente, un cambio de actitud de nosotros hacia ellos, nuestros escolares, y hacia nosotros mismos también. Un cambio  que suponga ser honestos con lo que nos pasa en el aquí y ahora de nuestro quehacer diario,  asumiendo y  haciéndonos cargo de lo que sí es nuestro,  desde la responsabilidad y no desde la culpa.  Lo cual significa no dejar a un lado aquello que ocurre en mi aula y mi centro ignorando o incluso negando lo que sentimos y vivimos en un momento dado. Sin que esto, lógicamente, se confunda con tener que hablar en el aula de todo lo que nos pasa y de cómo nos sentimos en cada instante. Se trata, más bien, de dar la oportunidad a que lo primero sea posible, creando un espacio de respeto y aceptación hacia las distintas manifestaciones emocionales: tanto las que me conmueven, como la ternura o la alegría, como las que me enfadan, me asustan o me avergüenzan, como la rabia, el miedo o la vergüenza.
Ponerle nombre a las emociones, identificarlas en cada uno de nosotros y en los demás,  ponerle palabras para expresarlas y ver cómo se manifiestan (en el gesto, en el cuerpo, en la voz)  y reflexionar sobre ellas, formaría parte de lo que conocemos como conciencia emocional. Por su parte, estar en contacto con estas emociones –las nuestras y las de los otros – permitirlas, dándoles el espacio que necesiten con palabras y expresiones emocionales concretas, ver como se relacionan con nuestros pensamientos, sostenerlas física y emocionalmente y en última instancia acompañar esta vivencia, y enseñarles a que cada uno/a se acompañe así mismo, supondría estar hablando de la regulación emocional.
Para diferentes autores, entre los que se encuentra Rafael Bisquerra ambos conceptos, conciencia y regulación emocional constituirían contenidos propios de los Programas de Educación Emocional para el alumnado (Bisquerra, 2007). Lo cual justifica teóricamente el argumento del primer párrafo de esta reflexión.

  Y en este sentido, a modo de ejemplos:
Si yo me percato de mi rabia y le pongo palabras así “Con esto que tú haces yo me enfado” en lugar de “Me pones mala, me enfadas porque lo haces de tal o cual manera”, estoy haciéndome cargo de lo que a mí me pasa con lo que hace el otro y no  le estoy culpabilizando. Si yo aprendo a hacerlo, puedo enseñar a mis alumnos a que lo hagan también. Si esto se hace en un contexto cuyas  premisas  son: no enjuiciar,  dar lugar a la emoción a través de la palabra y de la expresión emocional y corporal y acompañar, estamos sentando las bases para un trabajo de conciencia y regulación emocional y en consecuencia de prevención y resolución de conflictos.

Si estoy en clase triste y en lugar de decirlo me lo trago, a veces hasta inconscientemente,  lo más normal es que termine enfadada si la situación en el aula no está siendo fácil de gestionar. Si antes de comenzar la clase me percato de mi tristeza, le doy espacio y expreso explícitamente, que por favor la tengan en cuenta, posiblemente las respuestas de los otros serán diferentes o quizás simplemente esté dando la oportunidad a que  los demás  hablen de la suya,  de su propia tristeza.
Partiendo siempre de esta premisa actitudinal que debe impregnar  mi manera de estar en el aula y en el centro, en el contexto de la  formación del profesorado, considero imprescindible impulsar el desarrollo de Programas de Educación Emocional en los centros educativos.  Dirigidos tanto al profesorado -  y contribuyendo con ello al crecimiento personal y al desarrollo de sus recursos como docentes -, como al alumnado, potenciando de esta manera la inteligencia interpersonal e intrapersonal  de los niños y jóvenes y en definitiva el desarrollo integral de los mismos (Gardner, 1995 citado por Segura, 2005)
 Con todo ello se contribuye al desarrollo de las competencias emocionales necesarias para el desarrollo de la función docente y de la vida escolar desde el bienestar y el equilibrio emocional de todos y todas.
En la línea de lo expresado algunos autores señalan que,  entre las competencias genéricas están las personales y sociales y que en definitiva, son emocionales. Y que es a través del desarrollo de éstas como podremos superar el malestar emocional que impera en muchas ocasiones en el profesorado; así como contribuir, a su vez, al desarrollo de las competencias emocionales en el alumnado (Hué, 2008).
Marchesi señala que la vivencia del “desfondamiento” laboral del profesorado supone la confluencia de experiencias negativas en la “dimensión emocional, en la esfera personal y social y en el campo de los proyectos profesionales”. Supone,  así mismo, una experiencia global y profunda que afecta a “los fundamentos del trabajo, su competencia profesional,  sus relaciones personales y al sentido de su actividad”, de ahí que sea imprescindible el desarrollo de las competencias emocionales que nos permitan, por un lado cuidarnos y llevar a cabo nuestra labor profesional; y por otro, estar preparados para “velar” por el desarrollo afectivo de los alumnos, la autonomía moral de éstos y la convivencia escolar en nuestros centros educativos (Marchesi, 2007).
Por su parte García considera que la complejidad de la función docente supone un esfuerzo continuado que lleva, en muchos casos, a que el profesorado se encuentre “quemado, estresado o deprimido”. Lo cual requiere que éste se cuide a sí mismo “si quiere ser agente para el desarrollo de otras personas”. El ajuste personal, el equilibrio emocional y el bienestar, son condiciones personales necesarias para una buena práctica profesional. Sentirse comprometido con un proyecto, con recursos, valioso y competente para afrontarlo, son componentes de la vivencia de bienestar y felicidad y que en esencia han de estar presentes, al menos en determinados tiempos, en la función docente (García, 2010).
Ante determinadas situaciones críticas de malestar emocional, estrés, cansancio, dejadez,  aburrimiento o,  simplemente,  de cotidianeidad diaria,  el profesorado puede pasar por actitudes tan diferentes como el desaliento, la negación, la evasión,  la depresión, el entusiasmo, la motivación, la dedicación, la pasión, etc... Y en cualquier caso, creo que todas ellas justifican una formación sobre la educación socioemocional del profesorado, en el sentido que estoy  hablando. Por un lado, para contrarrestar el malestar emocional que provocan la primeras aprendiendo a tomar conciencia de ellas y gestionarlas; y por otro, para nutrirnos, reforzar y complementar el equilibrio emocional al que contribuyen las segundas.
 Dicha formación  debería  incluir, además de los programas referidos,  tiempos en los que sistemáticamente y con soporte institucional– grupos de trabajos, seminarios permanentes, etc -  pudiéramos aprender, tal como se ha dicho, a dar espacio a las emociones  que surgen en el día a día de nuestro trabajo, a tomar conciencia de ellas (las que nos hacen sentir bien y mal); a acompañarnos y apoyarnos a nosotros mismos y a los demás; y a sostener la inseguridad de “no dar la talla”, el miedo a una clase “descontrolada”, el estrés de no llegar donde quisiéramos, la ansiedad de no poder atender todas las necesidades educativas de nuestro alumnado, etc. Sin despreciar por supuesto compartir  también  la alegría de un logro, el entusiasmo y la motivación de un proyecto, etc.  Un espacio donde posiblemente no resolvamos todo lo que se nos hace ingrato y duro, pero sí donde le demos espacio, lo pongamos encima de la mesa, donde podamos compartirlo y ver otros puntos de vista de compañeros y compañeras que tienen las mismas o parecidas dificultades que las nuestras. En definitiva, un tiempo y un espacio donde supervisar nuestro trabajo profesional.

Ahondando en lo señalado sobre la educación emocional desde lo actitudinal y lo programado, Vaello señala que una vez que el profesorado acepta qué hay que hacer (aprender y enseñar competencias socioemocionales) y para qué (para aumentar la satisfacción, facilitar el acceso a logros, adaptarse al contexto, prevenir problemas, etc…) quedaría concretar el cómo, es decir qué vías serían las más apropiadas para formarse en estas habilidades. Y en este sentido señala la instrucción directa (programas), el modelado (a través de nuestras propias actitudes) y la práctica periódica;  todas ellas “practicables en un clima basado en el respeto, la comprensión, la confianza y la sinceridad (Vaello, 2009)
Por otro lado, y siguiendo con el planteamiento inicial de este trabajo, también son diversas las posturas del profesorado ante la educación emocional de los escolares. Nos podemos encontrar con la autoexigencia /omnipotencia de algunos compañeros y compañeras ante su deseo e implicación en la enseñanza:
“Tengo que saber tratar este tema porque es crucial para mi alumnado”  “No puedo fallar, esto es algo importante para su desarrollo personal”.
Y también la represión o negación de lo que ocurre emocionalmente en el aula, centrando la atención únicamente en lo curricular:
“Yo no soy especialista  de esta materia”  “Tengo que dar el contenido y no hay tiempo para hablar de lo que pasa y de cómo nos sentimos” “Tengo suficiente con enseñar mi materia…. mi tarea no es educar”
Lógicamente aunque estas posturas no siempre son  tan  polarizadas, y a camino entre ambas están otras muchas con sus matices de grises particulares, sí ocurre que en ocasiones pasamos del querer hacerlo todo a no hacer nada,  cuando  quizás lo que sí podemos hacer es acompañar lo que se está viviendo en el aula desde lo que sentimos nosotros mismos. Simplemente estar conmigo y con el otro en la medida que podamos ya sería un primer gran paso.

Algunas  contribuciones que desde la Terapia Gestalt  se aporta a la educación y cuya puesta en práctica - desde el entrenamiento a través de programas de formación o el modelado actitudinal -, contribuye al desarrollo de la educación emocional, son, entre otras: la escucha, el aquí y ahora, el contacto, la noción y respeto de mis límites  y el de los demás, la apropiación de la proyección mental que hacemos al otro y la responsabilidad desde donde asumimos lo nuestro. En el ámbito de la comunicación que se establece entre los miembros del aula y del centro supondría el desarrollo de:
 La escucha propia y del otro: Aprender a escucharnos  conlleva una escucha interna - de lo emocional y corporal: emociones  y sensaciones -, una escucha externa de aquello que nos rodea - a través de los sentidos-  y una escucha de la zona intermedia, es decir de nuestros pensamientos- de lo mental - (Peñarrubia,  2008).  Unida a esta escucha estaría la escucha del otro (de mi alumno,  de mi compañero, etc) en su totalidad también. Y es esta escucha la que me facilita no quedarme únicamente en el prejuicio hacia él o ella,  sino que me permite verlo o verla en su totalidad y en consecuencia responder con una conducta posiblemente más ajustada a la realidad y menos en la proyección mental.

La escucha así entendida lleva consigo la presencia, el contacto, el silencio y el pararnos. Desde el momento en que me paro, me doy tiempo, practico y entreno mi escucha  estoy más presente y  más en contacto conmigo y con lo que estoy sintiendo en el momento. Al desarrollar mi escucha me percato de lo que necesito, de lo que hago para satisfacer o no mi necesidad  y en última instancia, de decidir si quiero hacerlo y hasta donde llegar en relación a ella. Esto a su vez implica respetarme en mis límites y desarrollar la asertividad que me permite tenerme en cuenta y en definitiva quererme más. Todo ello lógicamente tiene una importante repercusión en el desarrollo de la autoestima.
 Desarrollar a la par  la escucha del otro me ayuda a percatarme de lo suyo, desarrollar mi empatía y responder desde mí.  Poner esto en práctica en el aula con nosotros y con nuestro alumnado nos permite ir adquiriendo las competencias emocionales que hemos referido en este trabajo, las suyas y las nuestras.

Favorecer el aquí y ahora del momento, centrándonos en lo que ocurre en el aula sin descontar lo vivido, nos ayuda a hacernos cargo de lo nuestro y asumir la responsabilidad de nuestra conducta. A esto nos ayuda  hablar en presente  (permite actualizar la experiencia si es algo que ya ha pasado y acceder mejor a lo emocional): “Me pongo muy contenta cuando tú haces esto, o  me alegro mucho cuando haces tal cosa…”; y hacerlo en singular, es decir,  en primera persona: “A mí me pasa….yo pienso o siento que…..”. Según Peñarrubia, el lenguaje impersonal supone diluir la responsabilidad de lo que se está diciendo, por ejemplo, no es lo mismo decir “a veces uno está enfadado” que decir “yo estoy enfadado” o “todos tenemos depresión” que “yo estoy deprimido”.

Sustituir la conjunción “pero” por “y”, lo cual nos ayuda a integrar en lugar de disociar: Para Peñarrubia “tengo miedo,  pero no me paralizo” “incluye mayor desajuste interno” que “tengo miedo…y no me paralizo”. Este lenguaje a su vez nos permite ampliar la conciencia y darle permiso a que ambos aspectos se den dentro de nosotros: el miedo y la acción.

Hablar desde el “como” en lugar del “por qué” ocurren las cosas en nuestra convivencia escolar, ya que de esta forma no nos quedamos únicamente en lo intelectual, o sea en la “racionalización” y  “explicación ingeniosa”. El cómo nos da mayor perspectiva y orientación y logramos un mayor entendimiento de lo que está ocurriendo en  nuestras vivencias. (Perls, 1969, citado por Peñarrubia, 2008)

Al hilo de todo esto, cabe preguntarnos,  qué puedo hacer en mi pequeña parcela de espacio y tiempo para entrenar mi escucha y la escucha del otro. Y me surge lo siguiente.
 Por un lado,  bajar nuestra autoexigencia, referida ésta tanto a los  contenidos curriculares como al control del aula. Darnos más permiso a parar la clase, a ser flexibles y tolerantes con nosotros y en consecuencia con los demás, a perdonarnos los errores y aprender de ellos, a no enjuiciarnos. Bajar esta exigencia en nosotros conlleva posiblemente bajarla en los demás.
Entrenarnos en un lenguaje que nos acerque a nosotros y nos dé mayor conciencia emocional a partir de las premisas señaladas. Hacerlo tanto en dinámicas de rol-play como en el devenir del día a día. Destinar espacios concretos para ello.
Por otro, introducir poco a poco cambios en el aula,  en el estar y en el enseñar, es decir cambios metodológicos que propicien momentos de parar, de estar en silencio y contactar con uno mismo. De trabajo en pareja para aprender a escuchar al otro; de trabajo en tríos para que dos realicen una tarea y un tercero aprenda a observar lo que mira (la voz, el cuerpo, los gestos, lo que dice y cómo lo dice el compañero); de trabajo en pequeño grupo para colaborar, ser autónomo cada uno en su parcela, llegar a consensos, negociar, identificar lo obvio, lo presente, lo importante, etc..; de trabajo en  libertad para ser creativos; de trabajo en asambleas para hablar y escuchar, para valorarse y valorar, para mostrarse y mirar.

Son muchos los autores que hablan de las diferentes estrategias metodológicas que contribuyen, en alguna medida,  a todo esto, resaltar aquí las que Monereo y Gisbert señalan en su obra: Los aprendizajes cooperativos, colaborativos y la tutorización de alumnos, por un lado; y por otro, trabajar en pareja con otro compañero dentro del mismo aula- docencia compartida-, percatándonos de los prejuicios que en muchos casos nos dificultan o incluso impiden hacerlo. Acompañando estos cambios introducir cambios organizativos que posibiliten la puesta en práctica de los anteriores (Monereo y Duran, 2002)

Y por último recordarnos, recordarme que al fin y al cabo y en esencia, para todos, docentes, niños y niñas y familias, lo realmente importante es ser felices, lo cual inevitablemente requiere que amplíe la mirada hacia mí y hacia ellos: una mirada que integre lo conductual, intelectual, emocional y moral, haciendo con ello alusión a las cuatro oleadas en educación que propugna Manuel Segura (Segura, 2005).
Reivindico desde este espacio una educación emocional para nosotros y nosotras que nos ayude a conocernos,  aceptarnos, acompañarnos,  querernos y a  sacar lo mejor de nosotros como docentes; y en consecuencia, de esta forma,  enseñar a nuestros alumnos y alumnas hacer lo mismo.










Bibliografía


Carlos Monero Font y David Duran Gisbert. (2008). Entramados. Barcelona.
Hué, C. (2008). Bienestar docente y pensamiento emocional. Bilbao: Wolters Kluwer.
Marchesi, A. (2007). Sobre el bienestar de los docentes. Competencias,emociones y valors. . Alianza Editorial.
Orts, J. V. (2009). El profesor emocionalmente competente. Barcelona: Grao.
Peñarrubia, F. (2008). Terapia Gestalt: La vía del vacío fértil. Alianza Editorial.
Rafael Bisquerra, Montserrat Cuadrado y Vicent Pascual. (2007). Educación Emocional. Programa de actividades. Madrid: Wolters Kluwer.
Segura, M. (2005). Enseñar a convivir no es tan difícil. Bilbao: Serendipit.



domingo, 10 de mayo de 2015

DIME CÓMO EVALÚAS Y TE DIRÉ QUÉ SOCIEDAD CONSTRUYES


En pleno debate sobre la evaluación nos parece muy interesante este artículo de Javier Murillo y Nina Hidalgo.
Hemos copiado en nuestro blog el editorial, pero dentro de la revista hay otro artículo muy interesante de los mismos autores sobre evaluación de estudiantes y justicia social. 

Original:http://rinace.net/riee/numeros/vol8-num1/Riee_8,1.pdf#page=5


Revista Iberoamericana de Evaluación Educativa, 2015, 8(1), 5-9.

Editorial
Dime Cómo Evalúas y Te Diré Qué Sociedad Construyes


F. Javier Murillo y Nina Hidalgo  Universidad Autónoma de Madrid


La evaluación educativa es una actividad de marcado carácter político. Qué evalúes, cómo, cuándo, para qué, para quién... determina, y está determinada, por la sociedad que queremos, por nuestra utopía. Quien defiende la evaluación como una actividad meramente técnica cargada de palabras tales como validez, fiabilidad u objetividad, ya nos está diciendo desde qué posición ideológica parte y qué mundo desea.

Esta concepción política de la evaluación implica el reconocimiento explícito de que los valores, ideales y formas de entender el mundo que tienen los docentes y la escuela son transmitidos a sus estudiantes, que sólo se puede construir una sociedad democrática haciendo de la democracia la forma de ser de la escuela y el aula, que sin unos docentes intelectuales críticos de su propia realidad difícilmente la educación puede contribuir a cambiar el mundo, a hacerlo más justo...

La forma que tenemos de evaluar marca inexorablemente a nuestros estudiantes, en la escuela y a lo largo de toda su vida, y con ello se contribuye a crear una sociedad u otra. Dime cómo evalúas y te diré qué sociedad construyes.

La evaluación no solo mide lo aprendido, ni siquiera valora lo enseñado, también enseña por sí misma. No es lo mismo preguntar cuánto tenemos que pagar por un vestido que vale 500 euros si nos hacen un descuento del 60%, que solicitar al estudiante que calcule con cuánto dinero debe vivir una familia cuyos únicos ingresos son los 500 euros del subsidio de desempleo y que debe dedicar el 60% a pagar el alquiler. No es lo mismo completar un test “neutro” con respuestas verdaderas y falsas (corregido por un lector óptico, que es más barato), que desarrollar una prueba donde tengan que buscar alternativas creativas ante un dilema de una situación real. No es lo mismo una auto- evaluación, o una evaluación por pares, que una evaluación jerárquica marcada por el miedo al fracaso. No es lo mismo una evaluación optimista donde se destaque lo aprendido y se celebren los éxitos, que otra donde solo existan fallos y limitaciones del examinado. No es lo mismo una evaluación incorporada al proceso de enseñanza y aprendizaje, donde constantemente se devuelve información al estudiante, que una actividad puntual y externa al proceso de enseñanza.

Nos gustan las palabras de Pérez Expósito y González Aguilar (2011):
La escuela pareciera ser uno de estos espacios; a través de las múltiples prácticas que en ella tienen lugar, se despliegan significados asociados a ciertos valores como puede ser la justicia social. De esta forma, los mecanismos que las escuelas establecen para la selección, clasificación y distribución de sus estudiantes, el ejercicio de la autoridad y la toma de decisiones, el tratamiento de la diversidad, o las formas de participación de los distintosactores (directores, maestros, padres de familia, estudiantes, personal administrativo, entre otros) en la vida escolar, son ejemplos de prácticas que despliegan una o diversas formas de entender la justicia social y, en ese sentido, se convierten para los estudiantes en oportunidades reales de interiorizar, apropiar o resistir los significados que la definen. (p.136)

Si llevamos a cabo una evaluación competitiva, desvinculada del proceso de enseñanza e igual para todos (es decir, que beneficia a algunos) estaremos promoviendo una sociedad competitiva, elitista, individualista y cuya principal función es seleccionar y clasificar a los estudiantes para ocupar los diferentes puestos en la sociedad. No obstante, si llevamos a cabo una evaluación centrada en el aprendizaje de los estudiantes, que se preocupe de su desarrollo socioafectivo y que le implique activamente en su evaluación de forma crítica, lograremos una sociedad crítica, equitativa y que permita el desarrollo pleno de los estudiantes, permitiendo la movilidad social. En palabras de Delandshere (2001):
La evaluación tiene muchas implicaciones en el sistema educativo, el aprendizaje de los estudiantes y en última instancia con la posibilidad de que el cambio y la calidad de vida de la escuela. Mientras la enseñanza escolar y el aprendizaje están subordinados a estas prácticas dudosas de evaluación, se producirá formas de enseñanza y aprendizaje que son estrechas, monolíticas y desmotivadoras para la mayoría de los profesores y los estudiantes. Esta evaluación sólo puede desventajar a los estudiantes que aún no tienen acceso a otras formas de aprendizaje o, en términos de Bourdieu, al capital cultural y económico, de ahí que juegan y que reproducen las estructuras socio-económicas actuales. (p.131)
Una evaluación que promueva la transformación social y que logre una sociedad con valores cercanos a la equidad, la solidaridad, el respeto y la justicia social tiene que ser una evaluación culturalmente sensible, continua y procesual, ética, del desarrollo integral, con especial énfasis en el autoconcepto, interdisciplinar, crítica y reflexiva, democrática y que promueve la participación social, y optimista.

En primer lugar, para lograr una verdadera valoración y reconocimiento de todas las personas sin exclusión, es necesario que los docentes promuevan una evaluación sensible a las diferencias culturales de sus estudiantes. Ello implica, por una parte, que las estrategias de evaluación se adapten a las diferencias culturales de cada estudiante; pero también que los docentes sean conscientes de los valores, cultura e ideologías imperantes en el currículum oculto y eviten que se conviertan en sesgos que discriminan e infravaloran a los estudiantes que se ubican en los márgenes de una supuesta "normalidad" estadística.

Pero una evaluación que tenga en cuenta las diferencias culturales de los estudiantes no es suficiente. También es necesario que promueva activamente la implicación y el compromiso activo de toda la comunidad en dicha evaluación, especialmente de los directamente afectados, los evaluados. Difícilmente podemos construir una sociedad democrática partiendo de una evaluación jerárquica y represiva donde "el que sabe" le dice "al que no sabe" qué ha hecho mal según sus propio marco de interpretación. Empoderar a los estudiantes en su propia evaluación y la de sus compañeros se traduce en un sentimiento de responsabilidad en el propio aprendizaje, lo que sin duda tiene fuertes implicaciones en su participación activa en la sociedad. Este empoderamiento también ha de traducirse en actividades de coevaluación, autoevaluación, así como el consenso con los docentes de contenidos, estrategias, momentos y criterios de evaluación.

Plantear una evaluación a partir de principios democráticos se traduce en compartir con los estudiantes todas las decisiones que afectan a la planificación y desarrollo del proceso evaluativo con estrategias tales como la asamblea, el debate o los grupos de discusión. La democracia real refuerza el sentimiento de pertenencia de los estudiantes en el aula y en la escuela, al sentir que los temas relativos a la evaluación han sido una decisión compartida, donde las ideas, inquietudes y opiniones de los estudiantes han sido tenidas en cuenta. Cuando el estudiante vive la evaluación desde planteamientos radicalmente democráticos, se favorece su participación, implicación y acción para el cambio, construyendo el sentido de responsabilidad para "mojarse" y luchar contra las injusticias sociales.

Un cuarto elemento esencial para que la evaluación ayude a construir una sociedad mejor es que contribuya a formar ciudadanos críticos y reflexivos. Para ello, la evaluación no puede ser únicamente memorística o centrada en conocimientos teóricos, sino que debe incluir espacios con preguntas referidas a la realidad social, injusticias o dilemas morales que promuevan una reflexión de los estudiantes y la construcción de argumentos. De esta manera se ayuda al estudiante a elaborar un discurso, ser crítico con aquello que le rodea y reflexionar sobre problemáticas y situaciones próximas a él. Además de favorecer la capacidad crítica, esta evaluación desarrolla la capacidad empática del estudiante, así como su sensibilidad y proactividad.
Referido al proceso evaluativo, la evaluación no puede únicamente medir de forma cuantitativa y puntual el aprendizaje de los estudiantes (como hacen las pruebas estandarizadas). Para que la evaluación tenga la capacidad de transformar la sociedad, es necesario que mida el avance de cada estudiante, teniendo en cuenta el punto de partida en su aprendizaje. La evaluación ha de tender a ser continua, formativa, con miradas cualitativas, que aporten información para la mejora del aprendizaje, pero también de la enseñanza. Para ello, es necesario que el docente devuelva la evaluación de forma positiva, reforzando las potencialidades del estudiante e incluyendo aspectos que sirvan para su reflexión. La variedad en los procedimientos de evaluación permite recoger los avances en diferentes capacidades, diferentes modos de aprender, valorar diferentes competencias y aprendizajes. Un único modo de evaluar lastra a unos, favorece a otros. En este sentido es injusta.

Muy vinculado a este proceso de evaluación, es necesario plantearse ¿qué evaluamos? Evaluar únicamente los conocimientos instrumentales no nos ofrece una visión real del avance y progreso en el aprendizaje de los estudiantes. Más allá de los conocimientos teóricos y procedimentales es fundamental trabajar y evaluar el autoconcepto de los estudiantes, dado que tiene una fuerte relevancia con su rendimiento. Así, la evaluación no solo tiene que intentar tener en cuenta el estado emocional del estudiante, sino favorecer su desarrollo. Una evaluación positiva, que potencia el aprendizaje, que implica a los estudiantes, destaca los avances y fortalezas y que propone retos al estudiante favorece que éste tenga un autoconcepto académico positivo de sí mismo.

Tradicionalmente, la evaluación se ha concebido como una parcela aislada que cada docente plantea para su asignatura. No obstante, ese planteamiento se encuentra muy alejado de desarrollar una evaluación verdaderamente auténtica, donde la evaluación pueda transferirse a la vida de cada uno de los estudiantes. Para que esta evaluación pueda ser más vivencial para los estudiantes es necesario que sea interdisciplinar, es decir, que incluya elementos de las diferentes materias que conforman el currículum de forma holística e integrada. Así, el estudiante no tiene que realizar solo una operación matemática o comprender un texto, sino resolver un dilema o problema social en el cual aplicar conocimientos sociales, matemáticos, lingüísticos, tecnológicos etc. De este modo, el estudiante comprende su aprendizaje y su evaluación de una forma más global ayudándole en su formación para la construcción de una mejor sociedad.

Pero también ha de ser una evaluación optimista y alegre, donde se destaque el buen hacer y lo logrado, frente a los desafíos por alcanzar. La totalidad de los estudiantes aprende en la escuela, progresa... pero nos centramos en las cosas que no han funcionado como creemos que debería hacerse. En lugar de utilizar la evaluación para reforzar la autoestima, valorar a los estudiantes y celebrar lo conseguido, se utiliza solo para destacar lo negativo. Hay que utilizar la evaluación como excusa para la celebración. Sin duda, una evaluación justa ha de tener una mirada constructiva donde se mire el aprendizaje de los alumnos confiando y valorando en sus potencialidades de manera que las expectativas sobre su buen hacer estén presentes también en el modo en el que calificamos. No solo por valorar los logros alcanzados, sino también porque una mirada a un estudiante en el que no creemos se convertirá, como en el efecto Pigmalión, en una profecía del fracaso. Mientras que una mirada confiada en sus logros, en sus potencialidades, en esa celebración de lo alcanzado, le reforzará y motivará para superarse. No hay mejor motivador que sabernos capaces en algo.
Tabla 1. Evaluación tradicional versus evaluación para la construcción de la mejor sociedad
page8image13168 page8image13328 page8image13488
EVALUACIÓN TRADICIONAL
Evaluación donde impera la cultura dominante
Evaluación puntual y final
Evaluación técnica
Evaluación centrada en el rendimiento de las enseñanzas instrumentales (Lengua, Matemáticas, Ciencias...)
Evaluación aislada de cada materia
Evaluación memorística
Evaluación jerárquica, el que sabe evalúa al que no sabe
Evaluación represiva, basada en el miedo Fuente: Elaboración propia.

EVALUACIÓN PARA LA TRANSFORMACIÓN SOCIAL
Evaluación culturalmente sensible
Evaluación continua y procesual Evaluación política y ética
Evaluación del desarrollo integral – con especial énfasis en el autoconcepto
Evaluación interdisciplinar
Evaluación crítica y reflexiva
Evaluación democrática y que promueve la participación social
Evaluación optimista
page8image22344 page8image22768 page8image22928 page8image23352
Dime cómo evalúas y te diré qué sociedad construyes.
O, mirémoslo a revés, imagina qué sociedad quieres y diseña una evaluación que contribuya a alcanzarla: en el qué, en el cómo, en el para qué y para quién, en la forma de comunicarlo y en qué se comunica. Mimemos la evaluación: en su forma, en su contenido, en sus procesos, en el modo en el que comunicamos sus resultados. La evaluación es algo demasiado importante como para dejársela a técnicos, es necesario que sea asumida y desarrollada por docentes con conciencia de intelectuales críticos capaces de construir otra sociedad.
La educación puede cambiar la sociedad. Sin duda. Pero para ello necesitamos otra educación y, con ella, otra evaluación, más crítica, más participativa, más justa.



Referencias
Delandshere, G. (2001). Implicit theories, unexamined assumptions and the status quo of educational assessment. Assessment in Education: Principles, Policy & Practice, 8(2), 113-133.
Pérez Expósito, L. y González Aguilar, D.A. (2011). “Dime cómo evalúas y te diré qué enseñas”. Un análisis teórico sobre las relaciones entre la evaluación del aprendizaje y la enseñanza- aprendizaje de la justicia Social. Revista Iberoamericana de Evaluación Educativa, 4(1), 135- 148. 

domingo, 3 de mayo de 2015

¿DESDE DÓNDE PARTIMOS Y HACIA DÓNDE VAMOS? ALGUNAS REFLEXIONES (CON BANDA SONORA) SOBRE LA CRISIS EN LA EDUCACIÓN



Paul McMahon, Abril 2013

(El artículo, en su maquetación original, tiene insertadas algunos cuadros y trozos de canciones que nos ha sido imposible copiar en el blog. Sin embargo, lo podéis descargar al final del artículo)


 EDUCACIÓN EMOCIONAL ¿TENEMOS UNA BUENA BASE?



 

EDUCACIÓN EMOCIONAL ¿TENEMOS UNA BUENA BASE?
 
Cuando hablamos de educación emocional en las escuelas solemos centrarnos en programaciones de actividades para los alumnos. Se trabaja mucho en éstos, desarrollando programaciones y materiales cada vez más interesantes. El problema que veo en esto es que así podemos llegar a actuar como si tuviéramos nosotros ya una buena educación emocional, una buena base, algo que sería necesario si queremos educar no solamente desde el conocimiento, sino desde el ser; si queremos educar no solamente desde el predicar, sino desde el ejemplo. Nos colocamos de expertos, pero ¿expertos en la teoría o en la práctica?
 
Así que os lanzo dos bloques de preguntas. Primero: ¿Tenemos una buena educación emocional? ¿Atendemos a nuestras emociones en nuestras vidas y nuestros trabajos? ¿Estamos sanos individualmente y como colectivo? ¿Creamos una buena comunidad donde trabajar, una que apoya las emociones?
 
Y el segundo bloque: ¿Cómo nos colocamos en el aula? ¿Nos incluimos a nosotros como personas en la clase? ¿Miramos a nuestra manera de ser en la clase como parte fundamental de lo que estamos enseñando? Y no sólo hablo de ser un profesor ‘pacífico’ para así educar para la paz. No, hablo de hacernos más presentes, también con nuestras emociones. Esto sería educar desde el ser, el contacto con uno mismo.
 
EDUCAR DESDE EL SER
 
Hay una historia de un profesor de meditación en EEUU quien enfermó de Alzheimer. Una vez delante de una clase se quedó en blanco. No se acordó de nada de lo que quería decir. Se asustó mucho, así que hizo algo que se hace en meditación que es nombrar lo que sentía. Decía: “Miedo… miedo… vergüenza… confuso… temblor… sensación de morir… perdido…” Al final entró en un espacio de más calma y se disculpó. Dijo que no podía dar la charla que había preparado. Sus alumnos se acercaron a él después y le dieron las gracias por una lección que les había llegado a sus corazones, una lección en el ser. (Contado en Brach, 2005)
 
Él se había permitido estar como estaba y tuvo la valentía de mostrarse. Se dejaba ver como persona. No estoy diciendo que los profesores debamos siempre estar hablando de lo nuestro, contando a los alumnos todas nuestras alegrías y penurias. No, pero tampoco debemos esconder nuestra humanidad, sacarnos de la ecuación. Con esto les hacemos un flaco favor. Quitamos lo que más enseña que es el ejemplo. Como decía John Dewey, la manera que enseñamos es lo que enseñamos. Es con ser generosos y descubrirnos como personas con lo que les damos opciones reales de referencia y de interacción y no solo palabras pronunciadas, como las del Mago de Oz, desde detrás de una cortina.
 
UNA PAUSA, ANTES DE PARTIR…
 
Nuestra cultura pone mucho más énfasis en el hacer que en el ser. Y sin dejarnos ser, estar en nosotros, es difícil, si no imposible, poder decidir lo que realmente queremos hacer. Es fundamental primero saber dónde estamos (conectar con nosotros) y hacia dónde queremos ir (conectar con nuestras necesidades y nuestros impulsos de crecimiento) antes de emprender un viaje. Para eso es preciso parar y escucharnos, algo que no estamos acostumbrados a hacer en nuestra sociedad caracterizada por las prisas, por una profusión de estímulos y por una orientación hacia la productividad.
 
En el documental ‘Pensando en los Demás’ vemos al profesor japonés Toshiro Kanamori preguntar a sus alumnos al principio de la clase: “¿Para qué estamos aquí?” Y ellos contestan. “Para ser felices.” Esto es algo que fácilmente podemos olvidar o incluso obviar si no tomamos una pausa para reflexionar. Hace poco hablé con una mujer que había empezado a hacer terapia. Le pregunté que estaba aprendiendo. Me dijo que aprendía a preguntarse, “¿Qué es lo que quiero yo?” Y explicaba que esto era algo nuevo para ella, que antes había vivido sin consultar conscientemente consigo mismo sobre lo que ella deseaba.
 
… PORQUE SI NO, PODEMOS SALIR SIN NUESTRAS ALMAS
 
Cuentan la historia de un explorador en África, Livingston creo, quien buscaba el nacimiento del Nilo. Tenía mucha prisa y le frustraba mucho que todos los días los nativos, quienes llevaban el cargamento de la expedición, paraban una hora para descansar. Ofreció pagarles más por trabajar sin este descanso pero rechazaban la oferta. Pedía a un traductor preguntarles el porqué de su necesidad de parar. El traductor preguntó y le llevó la respuesta, algo así como: “Ellos dicen que ustedes van muy rápidos. Así sus almas se quedan atrás. Necesitan esperar a que sus almas les alcancen.”
 
En la enseñanza también estamos tan enfocados en el hacer que olvidamos el ser, lo dejamos atrás. Dirigimos tanto y en general presentamos a los alumnos con tal sobrecarga de ‘conocimientos’ que les mareamos, les aturdimos, creando ‘interferencias’ que obstruyen el contacto con la propia brújula interna y también con el instinto natural por aprender. Les enseñamos a hacer pero no desde el deseo y la decisión consciente, sino desde dirección ajena, desde la exigencia o desde el miedo (o si no a ciegas, como en un sueño o en piloto automático). Así acabamos enseñando a los niños un hacer sin conexión interna, enterrando ésta tan profundamente que puede resultar un trabajo largo y laborioso recuperarla, traerla de nuevo a la superficie.
 
 
LAS INTERFERENCIAS Y EL CICLO DE LAS NECESIDADES
 
En la terapia gestalt una de las maneras de definir la neurosis es como una interrupción en lo que se denomina el ciclo de las necesidades. Este ciclo es el proceso natural de interactuar con el ambiente y de ver y atender a las necesidades que nos van surgiendo. Un ciclo sano empieza con el reposo o la retirada, un espacio tranquilo desde donde sale una sensación, algo que rompe esa paz. Esto puede ser, por ejemplo, una sensación de sequedad en la boca. Si el ciclo sigue sin cortes tomo consciencia de lo que me está pasando. En el ejemplo puede ser que tenga sed. La siguiente fase del ciclo es la energetización donde, en contacto con mi necesidad, caliento los motores para movilizarme y satisfacerlo. Luego viene la acción (voy a la cocina a buscar agua) y el contacto (la bebo). Y con la necesidad cubierta me retiro de nuevo habiendo recuperado un estado de equilibrio y reposo. El ejemplo es de una necesidad fisiológica pero el mapa del ciclo sirve igual para las necesidades emocionales y para las de desarrollo, de autorealización.
 
Si de niños recibimos una sobreprotección o un exceso de dirección se crean interferencias (como ‘voces’ invasoras, en gestalt llamados ‘introyectos’) que no nos dejan crear un buen espacio, un buen reposo para percibirnos. Y se acaba creando, como con el estrés, el exceso de estímulos, una desensibilización. Tanta voz interna hace que nos desconectemos. Dicho de otra forma, las interferencias crean tanto ruido, tanto zumbido de fondo, que para una necesidad sea escuchado, debe gritar muy alto. Podemos terminar desatendiendo las llamadas de nuestro interior hasta que se desencadene una crisis que posiblemente nos lleve a revisar lo que está pasando, replantear nuestras prioridades y preguntarnos cuales de las voces queremos escuchar.
 
También hay otra distorsión significativa producida por estas interferencias en nuestra brújula interna y en el ciclo. Estas necesidades siguen gritando y a veces las escuchamos pero no con tanta claridad para tomar consciencia y poner nombre a lo que piden. Y como no concretamos la necesidad no concretamos lo que precisamos para satisfacerla. A menudo lo que tenemos a nuestra disposición más inmediata son ‘substitutos’ pobres pero que palian, a corto plazo, nuestro ‘hambre’. La necesidad de afecto lo podemos intentar satisfacer con la comida o con el sexo o con la búsqueda del éxito. Esto es algo parecido (pero no lo mismo) a la noción freudiana de la ‘sublimación’ donde hay un desplazamiento del deseo hacía un objeto/actividad de otra índole, donde es imposible encontrar una resolución satisfactoria. Como Nasruddhin estamos buscando las llaves donde hay luz pero no donde las perdimos. Sin buena brújula dirigiendo el ciclo pierde claridad, dirección y fuerza. Pierde vida, volviendo un ciclo ‘fantasma’. Podemos pasar por todo un ciclo (con energetización, acción y contacto) pero el ciclo no se completa ya que no puede haber una satisfacción plena, lo que permitiría una buena retirada, un buen reposo. Al revés se produce una ansiedad debido a la sensación que va acumulando por dentro de que no hay satisfacción posible. La voz se termina rindiendo o gritando más y más alto (como la de Mick Jagger) y cada vez más desesperadamente dentro de nosotros. 
 
El vacío producido por la dificultad de conectar con nuestras necesidades verdaderas crea unas condiciones propicias para el desarrollo de las adicciones, tan extendidas en nuestra sociedad, desde la drogodependencia o el consumismo hasta la adicción al trabajo, a la actividad o incluso al estrés. A menudo acabamos temiendo la soledad y el silencio porque nos deja solos ante la confusión de gritos internos, entre ellos el grito de nuestras necesidades internas a las cuales no sabemos atender. Y nos resulta más fácil seguir creando ruido para no tener que escucharlas. 
 
DOS HISTORIAS
 
Mi padre tenía mucha ansiedad por mis estudios y me empujaba a aplicarme mucho para llegar a ser médico o abogado o alguno de esas profesiones que él consideraba meritorias. Aunque sus intenciones fueron buenas (estaba preocupado por mi futuro) el resultado fue que con tanta ansiedad, exigencia y dirección yo no sentí una motivación propia en la escuela. No sabía para qué estudiaba. No me lo peguntaba. Y si lo hubiera hecho probablemente habría llegado a la conclusión que lo hacía para complacer a mi padre. Al final acabé rebelándome pero aunque tenía fuertes opiniones sobre lo que no quería hacer seguía sin dar con lo que sí.  
 
El mareo por los mensajes con los cuales había sido bombardeado desde muy joven, la costumbre de recibir la dirección desde fuera y la falta de atención prestada a lo que yo podría haber querido me habían dejado confuso, sin sentido de dirección y sin idea de dónde mirar para encontrar mi camino. Tardé varias décadas en aprender a escucharme y a encontrar lo que podría llamar una ‘vocación’, algo que me llamara desde dentro.
 
Por contraste A. S. Neill cuenta la historia de una adolescente quien vino al colegio de Summerhill y al principio no iba a clases ya que éstas no eran obligatorias. Luego decidió que quería entrar en la universidad y se puso a estudiar para así sacar los exámenes necesarios, impulsado por un objetivo claro y propio. “[S]e encontró a sí mismo cuando se le concedió la libertad para ser ella misma.” (Neill, 1960, traducción mía)
 
La educación debe ser para el beneficio del alumno, para ayudarle a encontrar y seguir su propio camino y no para inducirle a tomar su dirección desde referencias ajenas a él, sean las que sean: las demandas del capital, los delirios de una sociedad enferma o las necesidades narcisistas (o los miedos) de sus padres y sus profesores.
 
UNA SOCIEDAD DESALMADA, SIN ARRAIGO
 
Estar sin contacto con nuestra brújula interna, sin arraigo en nuestras necesidades como ser humano, deja a muchos con una sensación de estar viviendo en un sueño donde no somos los protagonistas, donde no tenemos poder. Tendemos a reaccionar (de forma impulsiva), en función de estímulos externos, en vez de actuar desde algo que sale de nuestro interior. Nos falta el poder que nos proporciona la convicción, la vocación, la voz que emerge de dentro cuando aprendemos a escucharnos bien. Ante esta falta algunos se agarran a algún proyecto ajeno. Otros viven en función de deseos que nunca se satisfacen del todo y que siempre claman más. Otros se mueven por donde sopla el viento o por donde alguien les indica.
 
Es por esto que nuestra sociedad es desde hace mucho tiempo una sociedad muy enferma, una sociedad en una profunda crisis espiritual. El jefe indio Sioux Oso Erguido escribió: “El hombre blanco no entiende América, la naturaleza, la tierra. Está demasiado alejado de sus procesos formativos. Las raíces de su vida aún no se han agarrado a las rocas y la tierra. Al hombre blanco le atormentan miedos primitivos.” (Citado en Brach, 2005, traducción mía) Vivimos con poco contacto real con la naturaleza externa, pero también con poco contacto con la vida dentro de nosotros.
 
ESCUCHANDO LAS EMOCIONES – AMPLIANDO LA MIRADA
 
Y en nuestra sociedad las emociones, esas muestras de nuestra vida interior y esas brújulas por excelencia, en gran medida se quedan sumergidas, olvidadas o sólo atendidas en situaciones de cierta índole. En general se toman en cuenta en situaciones que amenazan a una determinada estabilidad. Como en tantos casos con la salud, escuchamos sólo cuando hay lo que llamamos una crisis, una emergencia. En la educación se suele mirar las emociones que emergen especialmente cuando hay conflictos entre alumnos o entre alumnos y profesores. 
 
Y en general no miramos, por ejemplo, las producidas por el formato mismo del proceso educativo que afecta especialmente a alumnos pero también a profesores. No solemos atender a la enfermedad dentro del propio sistema, sino que seguimos intentando amoldarnos a nosotros y a los niños. Decía Krishnamurti: “No es una prueba de salud estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma." (Citado en White, 2006, traducción mía)
 
Por eso seguimos sin atender seriamente al problema de la falta de motivación de muchísimos alumnos (una motivación real sólo puede venir desde un impulso interno) y al problema del ‘burnout’ y las depresiones en los profesores, donde vemos cómo las llamas de tantas vocaciones se van apagando. Los dos problemas están relacionados. Creo que estas crisis de alumnos y profesores tienen el mismo origen: la falta de escucha a la persona y sus necesidades en el modelo tradicional de la enseñanza y la falta de escucha a las emociones que nos avisaría de los problemas
 
DIFERENTES MODELOS – TIRANDO Y EMPUJANDO 
O CREANDO CONDICIONES PARA EL CRECIMIENTO
 
Nuestro modelo tradicional es altamente directivo y desconfiado de la capacidad del alumno para desarrollarse y elegir su propio camino en un ámbito de gran libertad (o quizás carente de interés en que lo puedan hacer) y muestra un gran falta de respeto a sus ritmos de aprendizaje. En su base es el mismo modelo que existió en el siglo 19, retratado por ejemplo en Hard Times(Tiempos Difíciles) de Charles Dickens. Allí el profesor, Sr. Gradgrind, compara a los niños con vasijas vacías que hay que llenar. 
 
Escribió Jeff White en su libro The Spirit of Education:
 
La palabra educación viene de la palabra del Latín educere, que significa “llevar afuera” o “sacar.” […] El diccionario en mi mesa contiene este sentido de la palabra educación en su definición principal: “desarrollar las capacidades innatas de.” 
 
Esto es el antítesis de la idea de la educación [… como] un proceso de añadir capas acumulativas al depósito de conocimiento de cada uno […]. No es un proceso de memorización ni socialización ni instilación, sino un proceso de nutrir, de permitir, de evocar. Es un proceso de llevar los alumnos al conocimiento de quiénes son y de lo que llevan dentro y de crear un espacio donde pueda emerger su esencia. (White 2006, traducción mía)
 
Es verdad que se han producido cambios en la educación en los últimos 50 años. A grandes rasgos se podría decir que, dentro de ‘la ortodoxia’, hemos estado experimentando con un movimiento desde una educación ‘autoritaria’, ‘negativa’, funcionando desde el miedo y que ‘empuja’ (el palo) – que en consecuencia suele fomentar obediencia o rebelión – hacia una educación que se podría llamar ‘seductiva’, una educación que busca ser ‘positiva’ y que ‘tira’ (la zanahoria), ofreciendo recompensas, especialmente psicológicas (de reconocimiento) a los alumnos. 
 
El problema aquí es que podemos estar vendiéndoles un reconocimiento (a precio del contacto con el propio impulso), además de pedir algo que algunos pueden pagar y otros no (con el resultante juego condicionante con el autoestima de los alumnos) y encima podemos acabar creando dependencia en los alumnos, una adicción (un hambre que nunca se puede saciar) a que otros validen sus acciones y elecciones. Y la verdad es que las dos opciones coinciden en que es el educador quien marca la dirección y el ritmo, sin dejar que el alumno asuma responsabilidad por su camino, y quien imponga (con miedo o con premios) la motivación.
 
La educación debería tratar de permitir al alumno encontrar su propia dirección (con lo cual vendrá una motivación) y entonces apoyarla. Este último sería como encontrar la fuente de un río y seguirlo. ¡No hace falta empujar al río! Y ¡cuánto más pacífico y más descansado sería eso para el profesor que entrar en el juego de empujar y pelear con el niño o entrar en ese otro juego de tirar y montar un show para animarle a aprender! El sistema, cómo está montado, contribuye al quemarse tanto profesores como alumnos.
 
Creo que mucha de nuestra manera de educar contiene la violencia implícita en todo lo que no respeta los ritmos naturales. Y a lo largo de mi proceso de desarrollo personal y el correspondiente proceso de cambio en mi práctica docente ha ido transformando mi entendimiento de la función del educador. Ahora concibo que tiene más que ver con crear buenas condiciones para el aprendizaje (una buena tierra con fertilizante…) y no con meter ideas, empujar, tirar, sacar respuestas, exigir etc. 
 
Carl Rogers, psicólogo y terapeuta humanista decía que para crecer lo que necesitábamos eran tres cosas: la aceptación incondicional (el amor), la empatía (una buena escucha) y la congruencia (la honestidad). Nota que las tres cosas no son indicaciones, directrices, sino actitudes, condiciones, las que él intentaba crear en su sala de terapia, ocasionando así un buen clima, una buena tierra para el crecimiento. Lo demás, él decía, lo pondría el cliente. Él confiaba en que si el terapeuta escuchaba bien, con estas actitudes, el cliente hallaría su propio camino y la creatividad para afrontar los problemas que iba encontrando.
 
UNA INTELIGENCIA EMOCIONAL ORGÁNICA
 
Me resulta muy clarificador ver cómo, cuando las necesidades y los ritmos de los niños son escuchados, ésto afecta a su creatividad y a su capacidad para solucionar problemas, incluyendo los conflictos humanos. Siempre me ha fascinado la historia contada por A. S. Neill del niño de Summerhill que cogió los pedales de la bicicleta de otro ya que los suyos estaban estropeados y no tenía dinero para remplazarlos. La solución tomada por la asamblea, formada por todos los alumnos y profesores y con un voto cada uno, fue la de comprarle entre todos unos pedales nuevos.
 
¡Qué diferente (¡qué fresco y qué sano!) es el pensamiento (y por tanto las emociones) de los niños relativamente libres! Es cómo si tuvieran una inteligencia emocional que ha crecido de forma orgánica. Y comparo esto con el tipo de pensamiento fomentado (especialmente a través del ejemplo) en nuestras escuelas tradicionales. Y es este tipo (y tono) de pensamiento que acaba siendo el que gobierna nuestra sociedad y la política, un pensamiento basado en una fundamental desconfianza del ser humano y su capacidad para aprender y para desarrollar sus capacidades y un sentido claro de ética basado en la compasión. Y es esta desconfianza y el resultante miedo que produce un afán por intentar controlar a través de muchas instituciones de los ámbitos de la educación, la religión organizada, los medios de comunicación etc.
 
PENSAMIENTOS Y EMOCIONES – AMPLIANDO EL RANGO
 
No debemos olvidar que el rango de nuestros pensamientos (en sí mismos determinados en gran medida por emociones) determina en alto grado el rango de nuestras emociones. Si aprendemos que el mundo es un sitio peligroso, aprendemos, antes de comprobar nada, a tener miedo. Si aprendemos que el mundo es un sitio injusto, aprendemos a sentir rabia o impotencia y a actuar de acuerdo con ella. Una buena educación emocional toma en cuenta ésto, reconociendo que trabajar para liberar el pensamiento de las perspectivas limitadas es también liberarnos a sentir un mayor rango de emociones con mayor limpieza y claridad. Es desprendernos de la gravedad de ciertas ideas que nos mantienen como satélites en órbita  dentro de de su atmósfera particular. 
 
Muchas de estas ideas son elementos ‘fundamentales’ de nuestra cultura, ‘introyectos’ (nociones que tragamos del ambiente), implícitas, componiendo el fondo y habitualmente poco reconocidas y sacadas para debatir. (La educación tradicionalmente está más interesada en promover la asimilación a ciegas de estos conceptos que en estimular y apoyar su análisis y cuestionamiento.) Para hacer cambios profundos debemos examinar este fondo y desde allí mirar qué ambiente necesitan los niños para crecer sanos y felices.
 
Por esto creo que esta nueva tendencia a atender a la educación emocional puede acabar siendo un parche en una sociedad enferma, algo que alivie o, si conseguimos ampliar la mirada, puede ser parte de un movimiento más radical (en su sentido etimológico de ‘desde las raíces’) con repercusiones más profundas, algo que realmente cambie.
 
¡QUE EL PROFESOR SE PRESENTE!
 
Es mi opinión que los niños necesitan mucha libertad (que no es lo mismo, cómo señala A. S. Neill que el ‘libertinaje’) y respeto, además de, como digo, esa buena tierra. Necesitan estar en contacto con personas que les den permiso, contra las corrientes a veces arrasadoras de nuestra sociedad empujándonos en determinadas direcciones, a contactar con ellos mismos, con sus emociones, con sus necesidades y deseos y con sus capacidades.
 
Para enseñarles a conectar con ellos mismos, tenerse en cuenta, atenderse y actuar desde allí, primero hace falta que los profesores hagamos lo mismo, tomando así una presencia plena en el aula, como personas integrales: con nuestras mentes, pero también con nuestras emociones, nuestros cuerpos y nuestras necesidades.
 
Muchas veces vivimos a una buena distancia de nosotros mismos y esto también es distanciarnos de los alumnos porque no estamos plenamente presentes para ellos. Así les privamos de mucho de lo que les podríamos dar. Cómo decía Claudio Naranjo en una entrevista: “El espanto de la escuela es que el profesor se pone un uniforme interior, y al dar clase deja de ser persona. Son como robots. Muchas mujeres están en la educación por un instinto maternal pero lo ponen de lado, como si no fuese adecuado dar cariño a los niños y proporcionarles una vida feliz.” (Naranjo, 2013) 

EL MIEDO A LA VIDA
 
Si no estoy presente no puede haber encuentro. Y cuanto más encuentro real hay entre personas, más vida hay al descubierto y no un ‘como si’, un simulacro (por ejemplo desde el ‘papel’ de profesor) que no puede nutrir emocionalmente a nadie. Erich Fromm escribió: “En realidad, sólo existe el acto de amar, que es una actividad productiva. Implica cuidar, conocer, responder, afirmar, gozar de una persona […] Significa dar vida, aumentar su vitalidad.” (Fromm, 1978) Y Alexander Lowen dice que nuestra sociedad es neurótica en que tenemos miedo a la vida, a abrirnos a sentir, a ser todo lo que podemos ser. Queremos estar más vivos y a la vez tememos que nos lleven nuestras emociones. Buscamos controlar lo que sentimos. Así que vamos quitando o apagando las emociones y el color de la vida y las interacciones.
 
Esta falta de contacto y atención de los profesores a nosotros y nuestras necesidades también puede tener mucho que ver con el hecho de que en la enseñanza como en general en las profesiones de ayuda hay un énfasis tradicional en el dar, sin pensar en nosotros. Estamos demasiado ‘afuera’, en el otro, en lo que creemos que necesitan los alumnos.
 
 “SI USTED VIAJA CON NIÑOS, PÓNGASE SU MÁSCARA PRIMERO.”
 
Hace ya casi 30 años cuando empecé a dar clases, una amiga terapeuta me dio un consejo. Me dijo: “Piensa primero en lo que tú necesitas en la clase. Luego podrás mirar a lo que necesitan ellos.” He tardado muchos años en darme cuenta realmente de lo que quería decir y aún sigo aprendiendo a ponerlo en práctica. Es como la advertencia que dan sobre el uso de las máscaras de oxígeno en los aviones. “Si usted viaja con niños, póngase su máscara primero.” ¿Cómo voy a tener la claridad, las fuerzas etc. para atender a otro si no me atiendo a mi? Esto es otro de los factores detrás del ‘burnout’, el quemarse de los profesores.
 
Aquí, como advertencia, me gustaría citar a Thomas Merton: "... existe una forma penetrante de violencia contemporánea a la cual sucumben de lo más fácilmente las luchas idealistas por la paz con métodos no violentos: el activismo y el trabajo excesivo. La prisa y la presión de la vida moderna son una forma, quizá la más común, de la violencia innata de nuestra sociedad. Permitirnos seducir por una multitud de compromisos conflictivos, rendirnos ante demasiadas exigencias, empeñarnos en demasiados proyectos, querer ayudar a todos en todo, es sucumbir a la violencia. Más aún: es cooperar con la violencia. El frenesí del activista neutraliza su tarea por la paz. Destruye su propia capacidad interior para la paz. Destruye la fertilidad de su propio trabajo porque mata la raíz de la sabiduría interior que hace crecer lo fértil."  (Merton, 2011)
 
Si nos cuidamos podemos acercarnos más a ese dar desde la paz, la abundancia y el gozo de dar y nos alejamos de ese dar desde el esfuerzo, el sacrificio, a veces rasgando el fondo del barril de nuestros recursos mentales, físicos y emocionales. ¿Y qué ejemplo les damos con este sacrificio? A un nivel profundo les enseñamos a sacrificarse ellos o a buscar a alguien que se sacrifique por ellos. Si fijamos el propósito de cuidarnos, de dejarnos vivir felices, les transmitiremos ese mismo mensaje a ellos (un mensaje de permiso más que uno de dirección).
 
EL INCONSCIENTE DEL AULA
 
Cuando no nos dejamos estar plenamente en el aula, no es que no haya vida, sino que la vida se queda escondida, reprimida (o deprimida). Hay muchas cosas que pasan en el aula, pero en general no se miran, no se nombran y no se atienden. Se podría decir que hay un ‘inconsciente’ del aula, una nube donde quedan todas las emociones a las que no se les ha dado oportunidad de manifestarse y de expresarse conscientemente. Y esta nube muchas veces resulta tóxica afectando tanto a profesores como alumnos.
 
Detrás de las puertas cerradas de las clases pasan muchas historias y muchas emociones que suelen quedarse calladas. Como profesor he pasado por todo el rango de emociones en la clase: alegría, tristeza, miedo, rabia, afecto, culpa, vergüenza… Y no siempre es fácil. Estar en una clase con 25 niños e intentar educarles no es fácil y las dificultades van más allá de lo técnico. Para mí es de los trabajos que más exige emocionalmente (con otras profesiones de ayuda). Sólo hace falta mirar el número de depresiones entre profesores. La depresión tiene que ver con emociones no expresadas y también con la falta de apoyo.
 
HACÍA UNA COMUNIDAD EDUCATIVA
 
En cuanto a esta falta de apoyo creo que los profesores necesitamos crear una buena ‘comunidad’, con espacios para ‘airear’, mirar lo que nos pasa en el aula. Algunas veces las emociones se pueden expresar perfectamente y sanamente en la clase. Pero otras veces necesitamos otro foro para que no todo se quede detrás de puertas cerradas o dentro de nosotros. Muchos las soltarán con la pareja al llegar a casa y otros acumularán emociones dentro hasta explotar o hasta enfermarse. Una posibilidad sería crear en los centros grupos de profesores, grupos de apoyo, (quizás también grupos de supervisión) donde los profesores puedan mirar lo que se les mueve en el aula, examinar de dónde viene y poder atender tanto sus necesidades emocionales y de desarrollo como las de sus alumnos.
 
Decía Claudio Naranjo: "[L]a propuesta de encaminarnos a una educación verdaderamente más relevante para la vida tendría que privilegiar el autoconocimiento, lo que significaría, junto al  propósito de una educación para la convivencia feliz, una reeducación importante de los educadores." (Naranjo, 2004)
 
PASANDO LA LLAMA
 
Debemos volver a preguntarnos qué es lo importante en la enseñanza y qué tipo de sociedad queremos. Y si pensamos que lo importante es que las personas estén felices, entonces primero debemos mirarnos a nosotros, ayudarnos a ser más felices, a ser más amorosos con nosotros mismos, a trabajar, a fertilizar nuestro jardín y así dar ejemplo a nuestros hijos y alumnos. Y también al ser más amorosos con nosotros, al cuidarnos más tendremos más energía y más disposición hacia los otros. Cuando de verdad te quieres a ti mismo es lo más natural del mundo querer a otros.
 
En The Road (La Carretera), una novela de Cormac MacCarthy situada en un mundo apocalíptico el protagonista habla con su hijo de la necesidad de pasar la llama, de mantenerla viva. Creo que, en este mundo con cada vez más despersonalización y alienación esto es quizás la función principal de los padres y de los educadores, la de proteger la llama que es la vida y el amor, la de luchar por mantener el contacto con lo que es potencial en cada ser humano. Primero tenemos que encontrar la llama en nosotros, limpiar lo que la puede apagar u oscurecer u ocultar su luz. Hay un trabajo que tenemos que hacer que no tiene nada que ver con técnicas ni metodologías ni programaciones sino con actitudes, con encontrar la vida y el amor dentro de nosotros. Entonces, y sólo en la medida en la que hayamos hecho esto, podremos ayudar a otros a encontrar y cuidar sus propias llamas, las que les puedan llevar por buen camino.


BIBLIOGRAFÍA
 
 
Libros y artículos
 
Brach, T. (2005) Radical Self-Acceptance (Audiolibro), Sounds True. EEUU.
Dawkins, Richard, (1976) The Selfish Gene, Oxford, Inglaterra.
Dewey, J. (1916) Democracy and Education, The Free Press. Nueva York.
Dickens, C. (1854) Hard Times.
Fromm, E. (1978) ¿Tener o Ser?, Fondo de Cultura Económica, México.
Lowen, A. (1980) Fear of Life, Bioenergetic Press. Alachua, EEUU.
MacCarthy , C. (2006) The Road, Picador. Londres.
Merton, T. (2011) Conjeturas de un espectador culpable, Sal Térrea. Santander.
Naranjo, C. (2004) Cambiar la educación para cambiar el mundoLa Llave. Vitoria.

Naranjo, C. (2013) Entrevista en La Confidencial: “La educación debería liderar el cambio, pero es la institución más obsoleta.” (http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2013/03/03/ldquola-educacion-deberia-liderar-el-cambio-pero-es-la-institucion-mas-obsoletardquo-115908/)

Neill, A. S. (1960) Summerhill: A Radical Approach to Child Rearing, Hart Publishing. Nueva York.

Rogers, C. (1961) On Becoming a Person, Constable & Company. Londres.
White, J. (2006). The Spirit of EducationDirt Sheep Press. Ann Arbor, EEUU. 


Documental

Pensando en los demás. Dirigido por Noboru Kaetsu, producido por NHK (Japón) y emitido por el programa 60 minuts del Canal 33 de Televisió de Catalunya. (Se puede ver en Youtube: http://www.youtube.com/watch?v=f9WzX5Svi3k).