lunes, 6 de abril de 2015

EL AMOR Y EL DOLOR EN EL AULA: MI EXPERIENCIA CON LOS ALUMNOS DE SECUNDARIA


Artículo escrito por Ana Fuertes, publicado en el I Congreso de Educación Emocional y Bienestar , Zaragoza 2013. 




    A los que ya no están. Su ausencia me enseñó a mostrarme triste.
   A los que están. Su presencia me enseña a mostrar mi amor.

RESUMEN:
Partiendo de las emociones primarias: alegría, tristeza, rabia, miedo y amor, propongo hacer visibles las emociones de amor y de dolor en el aula. Mi propuesta de trabajo parte de cómo en la medida que yo puedo dejarme ver con estas emociones, me permito sentirlas y nombrarlas, algo nuevo aparece en el aula: los alumnos se permiten también sentirse amorosos y también mostrar su tristeza. Ambas emociones tienen en común que nos hacen  sentirnos vulnerables, menos omnipotentes: el otro es importante para nosotros, bien por su presencia o por su ausencia. Necesitamos a las personas, no podemos vivir sin los otros. 
Cuando dejo mostrar ambas emociones en el aula se produce un contagio en los alumnos que sienten que pueden estar tristes,  amorosos y tiernos. Permite vivir el espacio del aula como un lugar donde pueden ser completos, con todas sus emociones presentes.
Nombro dos experiencias. La primera  es poder  mostrar mi cariño por los alumnos a lo largo del curso escolar o en el cierre. Dejar ver lo que he vivido, aprendido, disfrutado, sentido con ellos moviliza en ellos la emoción del cariño, del amor entre ellos, la sensación de pertenencia, el apoyo que han tenido y que tienen. Sentirnos valorados, queridos, aceptados con lo que somos, nos permite avanzar en la vida con una mayor autoestima. La segunda experiencia es la de poder mostrar mi dolor, mi tristeza en el aula cuando he perdido a alguien o en alguna situación personal. Dejarme ver triste  permite que los alumnos hablen de su tristeza, la validen, la compartan y puedan hacerle un hueco en el aula, sin tener que disimularla,  enfadarse o retirarse. Mueve redes de solidaridad y apoyo entre ellos. Permite vivir el espacio del aula como un lugar donde pueden ser completos, con todas sus emociones presentes.


PALABRAS CLAVE:

“amor”, “tristeza”, “Profesor”, “alumno” “emociones”



1.- INTRODUCCIÓN:
Quiero hablar de estas dos emociones, el amor y el dolor. Quiero contar qué sucede cuando mostramos  estas dos emociones en el aula. Nos suele costar dejarnos ver con ambas  emociones, no solemos hablar de ellas. Una y otra nos hacen sentirnos vulnerables ante el otro. Parto de las cinco emociones básicas: alegría, miedo, rabia, tristeza y amor, y tomo la tristeza y el amor como emociones a trabajar y sentir.

Para empezar quiero aclarar el marco de referencia en el que me muevo. Cuando hablamos de emociones en el aula como educadores a menudo pensamos en cómo trabajar con las emociones de los alumnos. Mi marco de trabajo va a ser la emoción del profesor, mis emociones en el aula como profesora. Cómo trabajar, qué hacer como profesores con nuestras emociones. Cómo poder estar en el aula, con nuestro saber y con nuestro ser. Cómo en función de cómo estamos y somos en el aula, de cómo nos mostramos, los alumnos aprenden a poder nombrar y sentir sus emociones. No tienen que olvidarse de sí mismos cuando están en clase.

Darme cuenta de mis emociones en el aula, nombrarlas y mostrarme con ellas, favorece el hecho de que los alumnos puedan mostrar las suyas. Estoy hablando de emociones en general y voy hablar de dos  emociones en particular. Habitualmente los profesores sí que nos permitimos entrar en clase y decir: “Estoy enfadada porque no habéis traído este trabajo a tiempo”. La emoción de la rabia a través del enfado sí que la solemos mostrar, sí que nos la permitimos. O bien podemos entrar en clase y decir: “Estoy muy contenta pues os ha salido muy bien la prueba que os puse”. Sí que solemos permitirnos la rabia y la alegría, dentro de las cinco emociones básicas de rabia, alegría, tristeza, miedo y amor, y no me parece casualidad que sean las emociones que más visitan nuestros alumnos de secundaria: o están locos de atar, riendo, alegres… o están rabiosos, enfadados….Dentro del recorrido por las cinco emociones básicas, parece que ellos, como nosotros, quedan anclados en dos de ellas.

Quiero centrarme en estas dos emociones más escondidas: el amor y el dolor. Sentir estas dos emociones en esta sociedad nos tilda de débiles, de  no saber mantener los papeles, de ser sensibles peyorativamente hablando. En general vivimos en una sistema que  potencia el valor de los fuertes y autosuficientes, donde lo vulnerable no tiene un lugar o está abocado al fracaso.  Hablo de sentir emociones que me hacen ponerme en contacto con la necesidad del otro, mostrando así que  es importante para mí. Que no somos seres totalmente independientes. Como seres humanos hemos sobrevivido a base de cooperar entre iguales, y esto nos hace sentir que el otro es importante, tanto por su presencia desde el cariño que siento, como por su ausencia cuando siento su pérdida. Hablar de mi amor y mi dolor en el aula permite al alumno mostrar tanto su cariño por el amor al otro como su tristeza ante las pérdidas.

  Parto del hecho de que nosotros no hemos recibido formación en educación emocional, y a lo largo de nuestra experiencia como profesores y con lo que hemos vivido como alumnos, hemos aprendido a controlar las emociones, a sentirlas como algo que estorban al proceso de enseñanza aprendizaje, como algo que es mejor dejar a un lado, las mías y las de los alumnos. En general hablamos de: “voy a ver cómo mantengo el tipo”, de “que no se me coman los alumnos”, de “perder los papeles”. Cuando nos sentimos con una emoción que nos hace sentirnos vulnerables, solemos esconderla para que los alumnos no nos vean así. Queremos que ellos sepan que nosotros  somos siempre fuertes. No nos pueden ver tristes, ni cariñosos. Tampoco asustados.  Fantaseamos que después de algo así se reirían de nosotros, no habría manera de dar clase, nos tacharían de flojos, de frágiles…

1.      1. EL AMOR EN EL AULA:

Parafraseando el título del libro “De qué hablamos cuando hablamos de amor”, quiero explicarme. La palabra amor está prohibida en educación por todas las connotaciones relacionadas con la sexualidad que puede tener. Yo estoy  hablando de querer a los alumnos, de dejarme sentir que a lo largo de un curso escolar cuando los voy viendo crecer, relacionarse, aprender, quejarse, caerse y levantarse tantas veces les voy cogiendo cariño,  seguro que a unos más que a otros. Mostrarme humana ante ellos, dejando  mostrar que les tengo afecto no es fácil. Mostrar que me emociono cuando al cabo de los años  los volvemos a encontrar y recordamos los ratos pasados suele ser más sencillo, cuando el tiempo ha pasado.   Muchos de ellos nos recuerdan a nosotros mismos de adolescentes, o nos hacen ver aquello que de niños hicimos, o no hicimos. Quiero hablar del cariño que aparece y que sentimos hacia los alumnos, que no aparece en la primera clase, que se va construyendo, que también lo van construyendo ellos con nosotros.  Van sintiendo el apego hacia el profesor del tipo que sea, en función de cómo sea su manera de vincularse. Dejar que ellos sepan que son importantes para nosotros no nos es fácil. A menudo no enseñamos que les cogemos cariño y nos mostramos más fríos de lo que realmente somos. Quiero hablar de la potencialidad educativa de poder  mostrar esta parte nuestra en el aula. Pocas cosas nos curan más que sentirnos queridos, importantes para el otro. En el proceso de enseñanza-aprendizaje, más allá de los contenidos está la relación que establecemos, el vínculo que nos une. Este vínculo que construimos con los alumnos, el lugar que ocupan ellos en la relación y el lugar que ocupamos nosotros es muy importante en el proceso educativo.

Recuerdo una anécdota de hace muchos años. Era el último día de clase con un grupo de 2º de Bachillerato. Llevábamos dos o tres años trabajando juntos. Había sido tutora de ellos y en ese último año les daba  ocho periodos lectivos. En la última hora de clase empecé a enfadarme con ellos. Siempre hay un buen motivo para enfadarse en el aula: que no habían entregado algo, o que las notas no eran las esperadas…. De repente me di cuenta de que en el curso anterior también me había enfadado  el último día de clase, y ahí puede entender. Me daba  pena terminar el curso y no podía mostrarlo. Pude pararme, calmarme, y despedirme de ellos mostrándome humana, con mi alegría por haber compartido con ellos y mi tristeza por no verlos más. Estos momentos son únicos en el aula. Únicos para mí, y para ellos, que se sienten reconocidos, apoyados. Poderme despedir de cada uno también permite que ellos se den cuenta de que  se están despidiendo entre ellos, y pueden  agradecer lo que han vivido,  la ayuda, la compañía, el apoyo… Sentirse humanos con su amor y su cariño.  Me parece muy importante que entendamos que más allá de los contenidos curriculares que podemos enseñarles, no se olvida la experiencia de sentirse querido, atendido, escuchado, apoyado, visto, reconocido, confrontado, y en definitiva amado. Y es esta experiencia, esta vivencia, este aprendizaje, lo que nos ayuda a seguir adelante, con lo que somos, nuestras potencialidades y nuestras dificultades. 
Cuando puedo mostrar mi cariño con los alumnos en el aula, también ellos empiezan a mirarse entre sí. Más allá de compañeros, van siendo amigos, están compartiendo su adolescencia, su vida. Discuten, se pelean, se ayudan y se quieren.
Cuando un alumno está pasando un mal momento por algún motivo, los alumnos se miran con compasión. Suelo parar la clase, es un momento importante que un alumno se sienta muy triste. A la vez me hace ver los lazos amorosos que hay entre ellos. En ese instante los alumnos empiezan a decirle, a animarle, a nombrar de sí, con su cariño, con su ternura. Estamos muy acostumbrados a confrontar a los alumnos cuando se portan agresivamente, pero no solemos apoyar cuando alguien dice a otro: “Me duele que estés pasando esto, te quiero mucho y espero que te sientas mejor”. Y esto también pasa en el aula. Me parece  importante que señalemos a los alumnos su capacidad amorosa, su capacidad de querer. Los adolescentes no sólo dicen “co”. Está más presente en ellos que en nosotros el afecto. Podemos aprender de ellos, de su forma de apoyarse, de entenderse, de vincularse, de amarse.
“Podéis hacer vosotros más que yo por vuestro compañero”. Les digo a veces. “Os pido que le cuidéis, que le arropéis más de lo normal estos días”.  Presenciar el movimiento de honestidad y solidaridad que aparece entre ellos es algo mágico. Devolverles a ellos la capacidad de vincularse que tienen, de quererse, conmoverme viendo su aprecio y mostrarme emocionada también les muestra un camino, una forma de ser. Además de rebeldes, combativos, pesados, traviesos y conflictivos…también pueden ser  seres  humanos  con capacidad de amar y de sentir ternura.
Muchas veces hacemos en el aula estos trabajos de: decir una cosa buena de vuestro compañero. A los alumnos les gusta, y les cuesta. A nosotros nos cuesta mucho más colocarnos delante de ellos y decirles: “Esto que haces es único, tienes esta habilidad”. Poder abrir nuestro corazón para ver la genialidad del otro. Este curso hay una alumna en un grupo bastante conflictiva. Le cuesta relacionarse, rápido pone la defensa ante el otro y reacciona atacando. A la vez, es una persona muy observadora, observa mucho para saber del otro. Un día se lo dije: “Tienes una habilidad muy grande para ver más allá, para ver en profundidad”. Ella me dijo: “A mí me gusta conocerme, analizar cómo actúo, saber de mí.” Y de forma natural se puso a decir cosas de sus compañeros: “Esta persona siempre está dispuesta a hacerte un favor”. “Esta otra da gusto estar a su lado, pues siempre está de buen humor”. “Con éste me puedo fiar si le digo algo”.  “Ésta es muy madura para su edad pues le han pasado muchas cosas…” Fue nombrando espontáneamente aspectos de los otros que le gustaban. Aunque en la clase ella está en una esquina y dice “paso de todos”, cuando acabó de hablar los alumnos aplaudieron de forma sincera: estaba presente con ellos más de lo que aparentemente mostraba.
Nosotros hemos crecido como profesores en un ambiente de exigencia , de competitividad. Creemos que si decimos algo positivo a los alumnos se van a dormir en los laureles, se van a fiar, no van a dar todo de sí. Partimos de la idea muchas veces de que para aprender tienen que ser tratados con dureza, y así nos tratamos nosotros y les tratamos a ellos. Poder ver lo que sucede cuando nos colocamos en otro registro, con ellos y con nosotros. Ser capaz de   aceptar  mis límites delante de ellos. Decirles que me he equivocado sin machacarme, poderles hablar de mi alegría cuando veo que aprenden, cuando veo que se han esforzado en un trabajo. Poderme tratar amorosamente en el aula y poderles tratar amorosamente a ellos. Poder reconocer lo que hemos trabajado, no sólo lo que nos queda por hacer. Poder reconocer con ellos la potencialidad que tenemos, no sólo lo que nos falta. Poder dejarnos abrir el corazón con ellos, verlos cómo seres únicos, especiales, con su capacidad y potencialidad genuina. Poderles acompañar a que la descubran, que puedan buscar en qué son especiales. Poder en definitiva acompañarles a quererse a sí mismos, a valorarse, a sentirse, a ser felices.

 


3.- EL DOLOR EN EL AULA:

Quiero hablar también del dolor, de la tristeza en el aula. Cuántas veces a lo largo de los años de enseñanza  tenemos momentos en que estamos tristes. A veces por pérdidas de personas cercanas y a veces por situaciones personales. Normalmente nuestra tendencia es a disimularlo. Que no nos vean así. Y ponemos y gastamos mucho esfuerzo en ocultar, apretarnos, no mirar, ir rápido, no hablar ni con los alumnos ni con los compañeros. No es extraño que la profesión de maestro o profesor sea de las que más bajas laborales por depresión tienen. La tristeza ha de estar fuera del aula. Puedo reírme, puedo enfadarme, hasta a veces puedo dejar mostrar mi miedo a no acabar la programación, a no tener buenos resultados en selectividad… pero pocas veces me dejo ver triste.  Cuando un niño o adolescente esta triste en el aula, aunque normalmente hace lo mismo que nosotros: disimular, sostener, bromear, enfadarse, generar conflictos… solemos mirar hacia otro lado.
Quiero hablar de mi experiencia de poder mostrar mi dolor en el aula. Poder entrar a clase y decir: “Hoy estoy triste, no estoy con la energía de otros días. He perdido a un amigo y estoy en esto. Si veis que me despisto, comprenderme”. Poder estar así, nombrar mi vulnerabilidad, mi fragilidad, mi no poder con todo. Normalmente   los alumnos guardan más el silencio. Pueden estar conmigo y me siento acompañada y apoyada. Pero lo más hermoso que he vivido en esas ocasiones es que los alumnos hablan de su tristeza, de sus pérdidas, nombran cómo han estado, o cómo están todavía. Se acompañan.  Y después cualquier otro día en cuanto entro por la clase me cuentan: “Ha muerto el abuelo de tal”, o el tío, o el padre de tal persona. Pueden poner y contar su dolor. En ese momento, la tristeza pasa a formar parte de la vida misma y de la vida del aula. Puedo saber y acompañar a los alumnos, y ellos pueden saber y acompañarse entre ellos.  Cuánto esfuerzo gastamos en disimular la tristeza. Cuando le doy la mano, cuando la  nombro, cuando me dejo apoyar y me permito estar con ella,  algo hermosamente distinto aparece. Se moviliza una solidaridad entre los alumnos nueva.  La tristeza normalmente se hace más chica, más llevable, menos abrumadora.
Poder nombrar en el aula las pérdidas y nuestro dolor nos hace sentirnos acompañados. Además permite que otros se puedan sentirse acompañados con nosotros, generando redes de solidaridad que nos humanizan y en definitiva,  nos ayudan a vivir.
Hace dos años,  la madrugada del 1 de noviembre en el Madrid Arena murieron varias chicas. Entre ellas una sobrina, Katia Esteban. El 1 de noviembre fui  Madrid a acompañar a mi primo. Era desoladora la tristeza y la impotencia. El día 2 teníamos clase. Fui a trabajar sin saber qué iba a suceder. Tenía cuatro horas lectivas. Entre ellas, una clase de estudio y una tutoría. En la hora de estudio con los chicos decidí contarles: ellos sabían lo que había pasado en Madrid.  Les hablé de Katia, de cómo era, y les conté que su padre había colgado  la canción “Tears in heaven” de Erik Clapton en su perfil de Facebook. Pudimos ver y escuchar la canción, llorar, emocionarnos. Los chicos me contaron de sus pérdidas y pudimos acompañarnos y hablar de nuestro dolor: del mío y del suyo. Lo que hubiera sido una hora de sostener el tipo, de esperar a que sonase el timbre y acabase la clase,  se trasformó en un espacio de apoyo y muestras de solidaridad. Pude estar con mi tristeza y con ellos, y ellos pudieron estar con la suya y conmigo.  La hora de estudio se trasformó en un momento de contar de nosotros, de saber de nosotros. Cuando días más tarde murió el padre de un compañero y tuvo  que dejarnos para ir a vivir a otra ciudad, me pidieron si podían despedirse de él.  Pudimos escribirle cartas de apoyo, fotografiarnos, decirle que lo sentíamos. Creo que hubiera sido difícil que se diera esa segunda situación si no hubiera compartido antes mi dolor.  Si me muestro cómo estoy, si puedo mostrarme triste y puedo seguir  trabajando, también permito que ellos puedan venir a trabajar con su tristeza y poderse sentir acompañados.
 En la clase de mi tutoría también pude contarles  lo que había pasado en el Madrid Arena. Desde entonces, cuando algún alumno tiene un problema que les da tristeza (operan a mi madre, estoy asustada, me dejó mi novia…) me lo hacen saber, pero sobre todo, quieren que el grupo lo sepa. Me lo cuentan primero en individual, y me piden un momento en la clase para poder compartirlo. “Quiero que sepáis que estoy asustada y muy triste pues operan a mi madre”. “Quiero que sepáis que he roto con la chica que con la que llevaba tres años” Quieren que el grupo sepa que están tristes y que necesitan apoyo. Pueden venir al aula con su dolor y pueden abrirlo. Esto hace que puedan sentirse reconocidos, también  estando frágiles y vulnerables.

Cuando acabó la mañana del 2 de noviembre, seguía estando triste.  A la vez había sido una de las mañanas más hermosas de mi historia laboral. Una de esas mañanas en que nos sentimos humanos, y como tal, con necesidad de apoyo, de un hombro, de cariño, de respeto y de solidaridad. Y esto también pueden desarrollarlo y trasmitirlo los alumnos.



Nombre: Ana Ángeles Fuertes Sanz. 
Datos profesionales: Profesora de secundaria y terapeuta gestalt. Formada en Psicoterapia Integrativa con Claudio Naranjo y en Dinámica grupal. Actualmente trabaja en el Departamento de Orientación del IES Joaquín Costa, dando clases del ámbito Científico-Tecnológico a alumnos de Diversificación.
Dirección Profesional: IES Joaquín Costa. Av. Del Ejército, sn. Cariñena. Zaragoza.  50400
Dirección personal: C/ Cosme Blasco, 5, 4º B. Zaragoza. 50006.             
Dirección electrónica: fuertes.ana@gmail.com
Teléfono personal: 656343826, 976350453
Teléfono profesional: 976 620120
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