Artículo escrito por Ana Fuertes, publicado en el I Congreso de Educación Emocional y Bienestar , Zaragoza 2013.
A los que ya no están.
Su ausencia me enseñó a mostrarme triste.
A
los que están. Su presencia me enseña a mostrar mi amor.
RESUMEN:
Partiendo de las emociones
primarias: alegría, tristeza, rabia, miedo y amor, propongo hacer visibles las
emociones de amor y de dolor en el aula. Mi propuesta de trabajo parte de cómo
en la medida que yo puedo dejarme ver con estas emociones, me permito sentirlas
y nombrarlas, algo nuevo aparece en el aula: los alumnos se permiten también
sentirse amorosos y también mostrar su tristeza. Ambas emociones tienen en
común que nos hacen sentirnos
vulnerables, menos omnipotentes: el otro es importante para nosotros, bien por
su presencia o por su ausencia. Necesitamos a las personas, no podemos vivir
sin los otros.
Cuando dejo mostrar ambas emociones en el aula se
produce un contagio en los alumnos que sienten que pueden estar tristes, amorosos y tiernos. Permite vivir el
espacio del aula como un lugar donde pueden ser completos, con todas sus
emociones presentes.
Nombro dos experiencias. La
primera es poder mostrar mi cariño por los alumnos a lo
largo del curso escolar o en el cierre. Dejar ver lo que he vivido, aprendido,
disfrutado, sentido con ellos moviliza en ellos la emoción del cariño, del amor
entre ellos, la sensación de pertenencia, el apoyo que han tenido y que tienen.
Sentirnos valorados, queridos, aceptados con lo que somos, nos permite avanzar
en la vida con una mayor autoestima. La segunda experiencia es la de poder
mostrar mi dolor, mi tristeza en el aula cuando he perdido a alguien o en
alguna situación personal. Dejarme ver triste permite que los alumnos hablen de su tristeza, la validen, la
compartan y puedan hacerle un hueco en el aula, sin tener que disimularla, enfadarse o retirarse. Mueve redes de
solidaridad y apoyo entre ellos. Permite vivir el espacio del aula como un
lugar donde pueden ser completos, con todas sus emociones presentes.
PALABRAS CLAVE:
“amor”, “tristeza”, “Profesor”, “alumno”
“emociones”
1.- INTRODUCCIÓN:
Quiero hablar de estas dos
emociones, el amor y el dolor. Quiero contar qué sucede cuando mostramos estas dos emociones en el aula. Nos
suele costar dejarnos ver con ambas
emociones, no solemos hablar de ellas. Una y otra nos hacen sentirnos
vulnerables ante el otro. Parto de las cinco emociones básicas: alegría, miedo,
rabia, tristeza y amor, y tomo la tristeza y el amor como emociones a trabajar
y sentir.
Para
empezar quiero aclarar el marco de referencia en el que me muevo. Cuando
hablamos de emociones en el aula como educadores a menudo pensamos en cómo
trabajar con las emociones de los alumnos.
Mi marco de trabajo va a ser la emoción del profesor, mis emociones en el aula
como profesora. Cómo trabajar, qué hacer como profesores con nuestras
emociones. Cómo poder estar en el aula, con nuestro saber y con nuestro ser.
Cómo en función de cómo estamos y somos en el aula, de cómo nos mostramos, los
alumnos aprenden a poder nombrar y sentir sus emociones. No tienen que
olvidarse de sí mismos cuando están en clase.
Darme cuenta de mis emociones en el aula,
nombrarlas y mostrarme con ellas, favorece el hecho de que los alumnos puedan
mostrar las suyas. Estoy
hablando de emociones en general y voy hablar de dos emociones en particular. Habitualmente los profesores sí que
nos permitimos entrar en clase y decir: “Estoy enfadada porque no habéis traído
este trabajo a tiempo”. La emoción de la rabia a través del enfado sí que la
solemos mostrar, sí que nos la permitimos. O bien podemos entrar en clase y
decir: “Estoy muy contenta pues os ha salido muy bien la prueba que os puse”.
Sí que solemos permitirnos la rabia y la alegría, dentro de las cinco emociones
básicas de rabia, alegría, tristeza, miedo y amor, y no me parece casualidad
que sean las emociones que más visitan nuestros alumnos de secundaria: o están
locos de atar, riendo, alegres… o están rabiosos, enfadados….Dentro del
recorrido por las cinco emociones básicas, parece que ellos, como nosotros,
quedan anclados en dos de ellas.
Quiero centrarme en estas dos emociones más
escondidas: el amor y el dolor. Sentir estas dos emociones en esta sociedad nos tilda de débiles, de no saber mantener los papeles, de ser
sensibles peyorativamente hablando. En general vivimos en una sistema que potencia el valor de los fuertes y
autosuficientes, donde lo vulnerable no tiene un lugar o está abocado al
fracaso. Hablo de sentir emociones que me hacen ponerme en contacto con la
necesidad del otro, mostrando así que es importante para mí. Que no somos seres totalmente
independientes. Como seres humanos hemos sobrevivido a base de cooperar entre
iguales, y esto nos hace sentir que el otro es importante, tanto por su
presencia desde el cariño que siento, como por su ausencia cuando siento su
pérdida. Hablar de mi amor y mi dolor en el aula permite al alumno mostrar
tanto su cariño por el amor al otro como su tristeza ante las pérdidas.
Parto del hecho de que
nosotros no hemos recibido formación en educación emocional, y a lo largo de
nuestra experiencia como profesores y con lo que hemos vivido como alumnos,
hemos aprendido a controlar las emociones, a sentirlas como algo que estorban
al proceso de enseñanza aprendizaje, como algo que es mejor dejar a un lado,
las mías y las de los alumnos. En general hablamos de: “voy a ver cómo mantengo
el tipo”, de “que no se me coman los alumnos”, de “perder los papeles”. Cuando
nos sentimos con una emoción que nos hace sentirnos vulnerables, solemos
esconderla para que los alumnos no nos vean así. Queremos que ellos sepan que
nosotros somos siempre fuertes. No
nos pueden ver tristes, ni cariñosos. Tampoco asustados. Fantaseamos que después de algo así se
reirían de nosotros, no habría manera de dar clase, nos tacharían de flojos, de
frágiles…
1. 1. EL AMOR EN EL AULA:
Parafraseando el título del libro “De qué hablamos cuando hablamos de
amor”, quiero explicarme. La palabra amor está prohibida en educación por todas
las connotaciones relacionadas con la sexualidad que puede tener. Yo estoy hablando de querer a los alumnos, de dejarme
sentir que a lo largo de un curso escolar cuando los voy viendo crecer,
relacionarse, aprender, quejarse, caerse y levantarse tantas veces les voy
cogiendo cariño, seguro que a
unos más que a otros. Mostrarme humana ante ellos, dejando mostrar que les tengo afecto no es
fácil. Mostrar que me emociono cuando al cabo de los años los volvemos a encontrar y recordamos
los ratos pasados suele ser más sencillo, cuando el tiempo ha pasado. Muchos de ellos nos recuerdan a
nosotros mismos de adolescentes, o nos hacen ver aquello que de niños hicimos,
o no hicimos. Quiero hablar del cariño que aparece y que sentimos hacia los
alumnos, que no aparece en la primera clase, que se va construyendo, que
también lo van construyendo ellos con nosotros. Van sintiendo el apego hacia el profesor del tipo que sea,
en función de cómo sea su manera de vincularse. Dejar que ellos sepan que son
importantes para nosotros no nos es fácil. A menudo no enseñamos que les
cogemos cariño y nos mostramos más fríos de lo que realmente somos. Quiero
hablar de la potencialidad educativa de poder mostrar esta parte nuestra en el aula. Pocas cosas nos curan más que sentirnos queridos, importantes para el
otro. En el proceso de enseñanza-aprendizaje, más allá de los contenidos está la relación que establecemos, el
vínculo que nos une. Este vínculo que construimos con los alumnos, el lugar
que ocupan ellos en la relación y el lugar que ocupamos nosotros es muy
importante en el proceso educativo.
Recuerdo una anécdota de hace muchos años. Era el último día de clase con
un grupo de 2º de Bachillerato. Llevábamos dos o tres años trabajando juntos.
Había sido tutora de ellos y en ese último año les daba ocho periodos lectivos. En la última
hora de clase empecé a enfadarme con ellos. Siempre hay un buen motivo para
enfadarse en el aula: que no habían entregado algo, o que las notas no eran las
esperadas…. De repente me di cuenta de que en el curso anterior también me
había enfadado el último día de
clase, y ahí puede entender. Me daba
pena terminar el curso y no podía mostrarlo. Pude pararme, calmarme, y
despedirme de ellos mostrándome humana, con mi alegría por haber compartido con
ellos y mi tristeza por no verlos más. Estos momentos son únicos en el aula.
Únicos para mí, y para ellos, que se sienten reconocidos, apoyados. Poderme
despedir de cada uno también permite que ellos se den cuenta de que se están despidiendo entre ellos, y
pueden agradecer lo que han
vivido, la ayuda, la compañía, el
apoyo… Sentirse humanos con su amor y su cariño. Me parece muy importante
que entendamos que más allá de los contenidos curriculares que podemos
enseñarles, no se olvida la experiencia de sentirse querido, atendido,
escuchado, apoyado, visto, reconocido, confrontado, y en definitiva amado.
Y es esta experiencia, esta vivencia, este aprendizaje, lo que nos ayuda a
seguir adelante, con lo que somos, nuestras potencialidades y nuestras
dificultades.
Cuando
puedo mostrar mi cariño con los alumnos en el aula, también ellos empiezan a
mirarse entre sí. Más allá de compañeros, van siendo amigos, están compartiendo
su adolescencia, su vida. Discuten, se pelean, se ayudan y se quieren.
Cuando un alumno está pasando
un mal momento por algún motivo, los alumnos se miran con compasión. Suelo
parar la clase, es un momento importante que un alumno se sienta muy triste. A
la vez me hace ver los lazos amorosos que hay entre ellos. En ese instante los
alumnos empiezan a decirle, a animarle, a nombrar de sí, con su cariño, con su
ternura. Estamos muy acostumbrados a confrontar a los alumnos cuando se portan
agresivamente, pero no solemos apoyar cuando alguien dice a otro: “Me duele que
estés pasando esto, te quiero mucho y espero que te sientas mejor”. Y esto
también pasa en el aula. Me parece
importante que señalemos a los alumnos su capacidad amorosa, su
capacidad de querer. Los adolescentes no sólo dicen “co”. Está más presente en
ellos que en nosotros el afecto. Podemos aprender de ellos, de su forma de
apoyarse, de entenderse, de vincularse, de amarse.
“Podéis
hacer vosotros más que yo por vuestro compañero”. Les digo a veces. “Os pido
que le cuidéis, que le arropéis más de lo normal estos días”. Presenciar el movimiento de honestidad
y solidaridad que aparece entre ellos es algo mágico. Devolverles a ellos la capacidad
de vincularse que tienen, de quererse, conmoverme viendo su aprecio y mostrarme
emocionada también les muestra un camino, una forma de ser. Además de rebeldes, combativos, pesados,
traviesos y conflictivos…también pueden ser seres
humanos con capacidad de
amar y de sentir ternura.
Muchas
veces hacemos en el aula estos trabajos de: decir una cosa buena de vuestro
compañero. A los alumnos les gusta, y les cuesta. A nosotros nos cuesta mucho
más colocarnos delante de ellos y decirles: “Esto que haces es único, tienes
esta habilidad”. Poder abrir nuestro corazón para ver la genialidad del otro.
Este curso hay una alumna en un grupo bastante conflictiva. Le cuesta
relacionarse, rápido pone la defensa ante el otro y reacciona atacando. A la
vez, es una persona muy observadora, observa mucho para saber del otro. Un día
se lo dije: “Tienes una habilidad muy grande para ver más allá, para ver en
profundidad”. Ella me dijo: “A mí me gusta conocerme, analizar cómo actúo,
saber de mí.” Y de forma natural se puso a decir cosas de sus compañeros: “Esta
persona siempre está dispuesta a hacerte un favor”. “Esta otra da gusto estar a
su lado, pues siempre está de buen humor”. “Con éste me puedo fiar si le digo
algo”. “Ésta es muy madura para su
edad pues le han pasado muchas cosas…” Fue nombrando espontáneamente aspectos
de los otros que le gustaban. Aunque en la clase ella está en una esquina y
dice “paso de todos”, cuando acabó de hablar los alumnos aplaudieron de forma
sincera: estaba presente con ellos más de lo que aparentemente mostraba.
Nosotros
hemos crecido como profesores en un ambiente de exigencia , de competitividad.
Creemos que si decimos algo positivo a los alumnos se van a dormir en los
laureles, se van a fiar, no van a dar todo de sí. Partimos de la idea muchas
veces de que para aprender tienen que ser tratados con dureza, y así nos
tratamos nosotros y les tratamos a ellos. Poder ver lo que sucede cuando nos
colocamos en otro registro, con ellos y con nosotros. Ser capaz de aceptar mis límites delante de ellos. Decirles que me he equivocado
sin machacarme, poderles hablar de mi alegría cuando veo que aprenden, cuando
veo que se han esforzado en un trabajo. Poderme
tratar amorosamente en el aula y poderles tratar amorosamente a ellos. Poder
reconocer lo que hemos trabajado, no sólo lo que nos queda por hacer. Poder
reconocer con ellos la potencialidad que tenemos, no sólo lo que nos falta.
Poder dejarnos abrir el corazón con ellos, verlos cómo seres únicos,
especiales, con su capacidad y potencialidad genuina. Poderles acompañar a que
la descubran, que puedan buscar en qué son especiales. Poder en definitiva acompañarles a quererse a sí mismos, a valorarse, a
sentirse, a ser felices.
3.- EL DOLOR EN EL AULA:
Quiero
hablar también del dolor, de la tristeza en el aula. Cuántas veces a lo largo
de los años de enseñanza tenemos
momentos en que estamos tristes. A veces por pérdidas de personas cercanas y a
veces por situaciones personales. Normalmente nuestra tendencia es a
disimularlo. Que no nos vean así. Y ponemos y gastamos mucho esfuerzo en
ocultar, apretarnos, no mirar, ir rápido, no hablar ni con los alumnos ni con
los compañeros. No es extraño que la
profesión de maestro o profesor sea de las que más bajas laborales por
depresión tienen. La tristeza ha de estar fuera del aula. Puedo reírme, puedo
enfadarme, hasta a veces puedo dejar mostrar mi miedo a no acabar la
programación, a no tener buenos resultados en selectividad… pero pocas veces me
dejo ver triste. Cuando un
niño o adolescente esta triste en el aula, aunque normalmente hace lo mismo que
nosotros: disimular, sostener, bromear, enfadarse, generar conflictos… solemos
mirar hacia otro lado.
Quiero hablar de mi
experiencia de poder mostrar mi dolor en el aula. Poder entrar a clase y decir:
“Hoy estoy triste, no estoy con la energía de otros días. He perdido a un amigo
y estoy en esto. Si veis que me despisto, comprenderme”. Poder estar así,
nombrar mi vulnerabilidad, mi fragilidad, mi no poder con todo.
Normalmente los alumnos
guardan más el silencio. Pueden estar conmigo y me siento acompañada y apoyada.
Pero lo más hermoso que he vivido en esas ocasiones es que los alumnos hablan de su tristeza, de sus pérdidas, nombran cómo
han estado, o cómo están todavía. Se acompañan. Y después cualquier otro día en cuanto entro por la clase me
cuentan: “Ha muerto el abuelo de tal”, o el tío, o el padre de tal persona.
Pueden poner y contar su dolor. En ese momento, la tristeza pasa a formar parte
de la vida misma y de la vida del aula. Puedo saber y acompañar a los alumnos,
y ellos pueden saber y acompañarse entre ellos. Cuánto esfuerzo gastamos en disimular la tristeza. Cuando le
doy la mano, cuando la nombro,
cuando me dejo apoyar y me permito estar con ella, algo hermosamente distinto aparece. Se moviliza una
solidaridad entre los alumnos nueva. La tristeza normalmente se hace más
chica, más llevable, menos abrumadora.
Poder nombrar en el aula las pérdidas y nuestro dolor nos hace sentirnos
acompañados. Además permite que otros se puedan sentirse acompañados con
nosotros, generando redes de solidaridad que nos humanizan y en
definitiva, nos ayudan a vivir.
Hace dos años, la madrugada
del 1 de noviembre en el Madrid Arena murieron varias chicas. Entre ellas una
sobrina, Katia Esteban. El 1 de noviembre fui Madrid a acompañar a mi primo. Era desoladora la tristeza y
la impotencia. El día 2 teníamos clase. Fui a trabajar sin saber qué iba a
suceder. Tenía cuatro horas lectivas. Entre ellas, una clase de estudio y una
tutoría. En la hora de estudio con los chicos decidí contarles: ellos sabían lo
que había pasado en Madrid. Les
hablé de Katia, de cómo era, y les conté que su padre había colgado la canción “Tears in heaven” de Erik
Clapton en su perfil de Facebook. Pudimos ver y escuchar la canción, llorar,
emocionarnos. Los chicos me contaron de sus pérdidas y pudimos acompañarnos y
hablar de nuestro dolor: del mío y del suyo. Lo que hubiera sido una hora de
sostener el tipo, de esperar a que sonase el timbre y acabase la clase, se trasformó en un espacio de apoyo y
muestras de solidaridad. Pude estar con mi tristeza y con ellos, y ellos
pudieron estar con la suya y conmigo.
La hora de estudio se trasformó en un momento de contar de nosotros, de
saber de nosotros. Cuando días más tarde murió el padre de un compañero y
tuvo que dejarnos para ir a vivir
a otra ciudad, me pidieron si podían despedirse de él. Pudimos escribirle cartas de apoyo,
fotografiarnos, decirle que lo sentíamos. Creo que hubiera sido difícil que se
diera esa segunda situación si no hubiera compartido antes mi dolor. Si me muestro cómo estoy, si puedo
mostrarme triste y puedo seguir
trabajando, también permito que ellos puedan venir a trabajar con su
tristeza y poderse sentir acompañados.
En la clase de mi tutoría
también pude contarles lo que
había pasado en el Madrid Arena. Desde entonces, cuando algún alumno tiene un
problema que les da tristeza (operan a mi madre, estoy asustada, me dejó mi
novia…) me lo hacen saber, pero sobre todo, quieren que el grupo lo sepa. Me lo
cuentan primero en individual, y me piden un momento en la clase para poder
compartirlo. “Quiero que sepáis que estoy asustada y muy triste pues operan a
mi madre”. “Quiero que sepáis que he roto con la chica que con la que llevaba
tres años” Quieren que el grupo sepa que están tristes y que necesitan apoyo.
Pueden venir al aula con su dolor y pueden abrirlo. Esto hace que puedan
sentirse reconocidos, también
estando frágiles y vulnerables.
Cuando acabó la mañana del 2 de noviembre, seguía estando triste. A la vez había sido una de las mañanas
más hermosas de mi historia laboral. Una de esas mañanas en que nos sentimos humanos, y como tal, con
necesidad de apoyo, de un hombro, de cariño, de respeto y de solidaridad. Y
esto también pueden desarrollarlo y trasmitirlo los alumnos.
Nombre: Ana Ángeles Fuertes Sanz.
Datos profesionales: Profesora de secundaria y terapeuta gestalt. Formada en Psicoterapia Integrativa con Claudio Naranjo y en Dinámica grupal. Actualmente trabaja en el Departamento de Orientación del IES Joaquín Costa, dando clases del ámbito Científico-Tecnológico a alumnos de Diversificación.
Dirección Profesional: IES Joaquín Costa. Av. Del Ejército, sn. Cariñena. Zaragoza. 50400
Dirección personal: C/ Cosme Blasco, 5, 4º B. Zaragoza. 50006.
Teléfono personal: 656343826, 976350453.
Teléfono profesional: 976 620120
NIF: 18422270Y
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